Los ciudadanos, en el centro de las prioridades
Ciudades: comunidades en construcción
Las comunidades deben evolucionar para garantizar la igualdad de oportunidades y la cohesión social de las personas
Núria Iceta
Editora de 'L'Avenç'
Núria Iceta
Actualmente la mitad de la población mundial vive en ciudades. Un espacio que hemos ido construyendo y que nos han ido construyendo y que nos obliga a repensarlo si no queremos perder el control sobre él. La ciudad no puede ser una simple suma de viviendas y comercios. El espacio público, tanto el que compartimos al aire libre como el que acoge los servicios de que nos hemos dotado para la enseñanza, la gestión o la sanidad, ha de ser el centro. De nosotros depende construir comunidades con estos elementos.
Hace un par de años, un grupo de entidades organizaron conjuntamente un ciclo de debates bajo el título 'Ciudades (+) Humanas', por iniciativa de Cristianisme i Justícia, en el que varios expertos planteaban los principales retos de las ciudades desde el punto de vista de la cohesión, la sostenibilidad y las identidades, y con ellos los grandes temas de ciudad como la vivienda, el transporte y la convivencia. El sociólogo Joan Subirats hablaba entonces de la necesidad de emprender políticas predistributivas por delante de las redistributivas para garantizar la igualdad de oportunidades y la cohesión social.
Migración, el rostro de la globalización
Mientras tanto, el demógrafo Andreu Domingo nos ponía frente al espejo, como hace siempre, con datos y con análisis. En Barcelona el 22% de la población es de origen extranjero (de 180 países distintos) y el 70% de ellos hace menos de cinco años que vive en la ciudad. Pero resulta que en un tiempo de globalización solo es al que viene de fuera que le pedimos arraigo. Una ciudad educadora, una comunidad plena, fomenta la participación, la inclusión. Y por eso necesitamos un tejido sociocultural fuerte. Decía Antonia Hernández del Proyecto Ciudades Educadoras que subrayar elementos comunes no debe ser sinónimo de homogeneización. El Estado del bienestar no se puede dar por supuesto, es una conquista diaria para garantizar la salud, un salario mínimo, una educación... Y la ciudad es donde todo esto se pone a prueba de forma más intensa.
Los grandes núcleos urbanos ponen a prueba la conquista diaria del Estado del bienestar por asegurar la salud, un salario mínimo, una educación
Hace dos meses escuchaba a Santi Torres, de la Fundació Migra Studium hablar de migraciones. Con el lema 'De la hostilidad a la hospitalidad', hizo un recorrido histórico y demográfico sobre los movimientos migratorios, aportando una información de contexto sobre las continuidades históricas y con la pobreza y la persecución política como causas principales. Entender un fenómeno que no es puntual es imprescindible para saber que no se puede actuar solo como reacción, sino que se necesitan, como en todo, políticas globales que tengan en cuenta tanto el corto como el largo plazo. "La migración es el rostro humano de la globalización", decía.
El relato del miedo y la hostilidad, las aberrantes medidas de contención (y abandono) se extienden como una mancha de aceite ante nuestra indignación de sofá y nuestra indiferencia efectiva, al fin y al cabo. En paralelo a la exigencia de la acción política nosotros también tenemos margen de acción. No podemos delegar todo en la Administración o en el heroísmo de tantas oenegés. También somos responsables de crear comunidades hospitalarias, desde nuestra dimensión personal y cívica. Son necesarias comunidades acogedoras que generen dinámicas compartidas, desde la escalera de vecinos a las comunidades educativas.
Hace dos semanas escuchaba la versión serena, ocupada y preocupada de Cáritas a raíz de su informe anual. Las desigualdades se están agravando, la precariedad está enquistada, hay una regresión de derechos de todo tipo y el ascensor social no funciona. De desigualdades, y de cómo vamos dejando gente por el camino, de la ausencia de comunidades, habla 'Seis personajes'. Homenaje a Tomás Giner que pude ver al día siguiente en el Teatre Lliure. Es un ejercicio de memoria y de teatro magnífico, de la mano de grandes dramaturgos y de un grupo de sintecho de la Fundació Arrels. Mientras los personajes van directo al corazón desde el minuto uno, el sentimiento de vergüenza colectiva va en aumento. La autocomplacencia olímpica, bienintencionada o especuladora, fue dejando un montón de gente atrás, como nos recuerdan los vídeos que se proyectan. No solo se demolían edificios con la pretensión de "esponjar" el barrio, es que no nos responsabilizamos de manera colectiva de los miles de desplazados que se generaban y de cómo se destruía la red de protección que forma el tejido social.
Las ciudades evolucionan y las comunidades deben hacerlo con ellas, para garantizar que las personas estén siempre en el centro. Lo hemos visto en todos los casos. Personas y redes de personas. Y, en paralelo, las políticas deben ser todo lo 'pre' que se pueda, porque las políticas 'pos' son mucho más reactivas y limitadas, cortoplacistas, y por tanto, menos efectivas a largo plazo.
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