Retos de la futura alcaldía de la capital

Engrandecer la gran Barcelona

La asignatura pendiente consiste en reforzar el área metropolitana y articular mejor la gran conurbación de 4,7 millones de habitantes

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Xavier Bru de Sala

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Barcelona es más, mucho más, que la capital de Catalunya. Quien no parta de este planteamiento, quien no comparta la formidable ambición de esta ciudad, no merece ocupar su alcaldía.

Catalunya es un sistema de vagones propulsado por una locomotora que se llama Barcelona. Sin una ciudad con proyección global, Catalunya sería una especie de Provenza, más industriosa pero igualmente provinciana. El catalán, un idioma arrinconado que lucha por sobrevivir como València. El secreto de los catalanes, la joya, la obra magna, la plataforma de lanzamiento, es Barcelona.

Basta comparar el tamaño Barcelona con las capitales de las regiones o países de población similar o mayor. Estocolmo, Ámsterdam, Glasgow, Copenhague, Múnich, Viena... Polonia tiene casi 40 millones de habitantes y el área de Varsovia está menos poblada y es menos potente que la de Barcelona. La región metropolitana de Lisboa acumula la cuarta parte de los 10 millones de habitantes de Portugal. Más del 60% de catalanes viven en la gran Barcelona. En el resto de Catalunya, 'solo' viven 2,7 de los 7,5 millones de catalanes.

Una Administración cómplice

Esto no es todo. Barcelona está muy bien considerada como ciudad creativa y centro de operaciones de empresas tecnológicas. Barcelona cuenta con una evidente idiosincrasia propia. No es solo el clima y la situación, sino una personalidad que la hace simpática y atractiva. En buena parte porque, en un extraño maridaje de 'seny' y 'rauxa', se ha construido a contracorriente de las ventajas que supone para muchas ciudades competidoras ser capital de un Estado.

En un mundo urbano donde los intangibles cuentan cada vez más, hay más demanda que oferta de Barcelona. Bien administrado, el potencial de Barcelona es incalculable. Sin favorecerlo desde los poderes públicos, avanza por inercia. Pero sin un impulso continuado, llega un momento en que la inercia merma. Tres años de inercia se pueden soportar. La estampida del último trimestre del año pasado se ha superado rápidamente y tal vez incluso favorece la imagen de ciudad rebelde sin efectos negativos. Ahora, Barcelona necesita una Administración cómplice, no autista o con prioridades ideológicas genéricas.

Contraponer la ciudad con Catalunya ha sido siempre una absurda tentación, tan perniciosa como contraponer la capital estricta con los municipios de su área

Se acercan unas elecciones municipales que serán claves. Barcelona es el gran activo de los catalanes, de todos los catalanes. No de una parte. Si se acaban imponiendo los intentos de convertirla en alfil del proceso o del antiproceso, si se subordina a cualquier idea que no sea compartida, si el ayuntamiento se convierte en un nuevo campo de batalla del independentismo o de el antiindependentismo, la ciudad declinará. Ahí está el principal peligro. Si hubiera algo que ganar, pues aún, pero está claro que las municipales no desempatarán entre los independentistas y los que no lo son.

Peor aún, una candidatura única o agrupada del independentismo desviaría la atención ciudadana hacia un objetivo de país, no de ciudad. Un objetivo que, en vez de acercarse, por mucho que la lista ganara la alcaldía, continuaría alimentando y ampliando el territorio de las suspicacias y la confrontación en vez de unir esfuerzos y aglutinar. Por si fuera poco, una plataforma de este tipo potenciaría el voto dual, a favor y en contra de la independencia, con el consiguiente peligro de volver a dar alas a Ciudadanos, que se las ha visto bastante recortadas gracias al giro de la política española, propiciado unánimemente por todos los diputados independentistas, tengámoslo siempre presente.

A Barcelona le falta un programa elaborado y pensado en función de Barcelona. De la ciudad estricta, del área metropolitana y de la gran conurbación. Quien sea capaz de presentarlo, de explicarlo, de convencer, se llevará un buen plus de votos. Si nadie lo consigue, la mayoría de ciudadanos votarán según sus referencias políticas habituales y continuaremos con un consistorio débil y dividido y un alcalde o alcaldesa más preocupado por su supervivencia que por gobernar la ciudad.

La principal asignatura pendiente de Barcelona consiste en reforzar el área metropolitana y articular mejor la gran conurbación de los 4,7 millones de habitantes en su interior y con toda Catalunya. Esto no se puede hacer sin un consenso y un liderazgo excepcionales. Contraponer Barcelona y Catalunya ha sido siempre una absurda tentación, tan perniciosa como contraponer la Barcelona estricta con los municipios de su área. Al contrario, hay que extender y compartir, desde la generosidad del 'cap-i-casal', la identidad y el sentimiento de pertenencia a esta gran Barcelona. Tanto en el eje transversal de las opciones políticas, como en el territorial.