Los hijos de Ricky

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Ramón de España

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En la era de la corrección política, no hay como pertenecer a un colectivo históricamente maltratado para poder largar lo que te apetezca sin que nadie te afee la conducta. A no ser que seas Donald Trump, claro, que es el único varón blanco heterosexual (y rijoso) con licencia para soltar lo primero que le viene a la cabeza mientras tuitea cada mañana desde el retrete oval. Los demás, calladitos estamos más guapos.

Pienso en las recientes declaraciones de Ricky Martin acerca de cómo le gustaría que sus hijos, Matteo y Valentino, sean homosexuales cuando alcancen la edad de merecer. Silencio absoluto ante esta salida de pata de banco. A mí me parece normal que un gay prefiera que sus hijos también lo sean, pero algo me dice que si otra 'celebrity' no gay declara que confía en que sus retoños sean heterosexuales, no tardará nada en salir gente de debajo de las piedras acusándolo de machista y de querer imponer una sexualidad tradicional a sus hijos. Puede que hasta hubiera alguien que exigiese que los servicios sociales se hicieran cargo de los pobres chavales.

Hace años, el cineasta Spike Lee -que hizo algunas películas decentes antes de dejarse llevar por su tendencia a la demagogia y el sermón- dijo que las mujeres blancas no le ponían. Perfectamente comprensible. Pero si un director blanco llega a decir que las negras no le molan, las acusaciones de racismo le habrían caído encima en cascada. Históricamente, la vida de negros y homosexuales ha sido una pesadilla y eso no hay quien lo niegue, pero eso no debería dar por buena cualquier declaración de algún miembro de uno y otro colectivo, o de los dos a la vez.

Y no es que las de Ricky Martin y Spike Lee resulten ofensivas o atenten contra la libertad sexual. A Spike le ponen las mujeres de su raza y Ricky prefiere ahorrarse la molesta presencia de una nuera en sus comidas familiares. Ni Lee es un racista a la inversa ni Martin puede ser acusado de heterofobia, pues son perfectamente coherentes con su raza y con su opción sexual. Pero si defendemos la libertad de expresión deberíamos defenderla para todos, siempre que no se incurra en la ofensa o el desprecio. Aunque la verdad es que, puestos a elegir, preferiría que, en estos asuntos, todo el mundo se guardara su opinión donde le quepa.