ANÁLISIS
Las maletas de Salvini
Ninguno de los inmigrantes que el vicepresidente italiano pretende echar tiene nada que cargar, si acaso una trágica historia personal
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
No hay nada como el desprecio del nuevo vicepresidente italiano, intimidando a los inmigrantes para que preparen las maletas. No debería haber espacio para la duda, Mateo Salvini, líder de la extrema derecha italiana, hoy Vicepresidente y Ministro de Interior, quiere acabar convertido en el carabinero de la costa italiana. Quizá desde este puesto pueda cumplir todo lo que vociferó durante la campaña electoral en torno a la inmigración, pero al menos ahora que tiene una responsabilidad política debería empezar a precisar.
Ninguno de los que pretende echar tiene nada que empaquetar, nada que llevarse, desgraciadamente ni siquiera una maleta. Toda esa gente que vemos entrar con una mano delante y otra detrás lo único que cargan a sus espaldas es una historia trágica que contar, desde su travesía por desiertos interminables hasta caer en manos de traficantes hostiles. Algunos tardan meses en llegar, otros años, la mayoría muere por el camino o en el mar.
Ya nadie quiere a los refugiados. Hubo una época, en plena guerra fría, donde se les trataba como personas, entre otras cosas porque eran la principal publicidad de Occidente. La mayoría huía de persecuciones políticas y regímenes bárbaros, muchos de ellos comunistas. Los campos eran el mejor anuncio del infierno del que salían. Había que crear campos grandes y mostrarlos. Hoy la realidad es otra. Para empezar ni siquiera se distingue entre refugiados e inmigrantes. Nadie considera que intentar huir de la violencia que persigue a un niño, a una mujer o un adulto hasta matarle, pueda ser causa suficiente para darle refugio en otro país.
Cruzada
En Italia los refugiados y los inmigrantes son visibles, muy visibles. Tanto que Mateo Salvini hizo cruzada, convirtiendo las llegadas en una invasión perfecta para ganar votos. Lo peor es que no solo fueron los ultranacionalistas. Durante la campaña electoral italiana no hubo quien los eximiera de buena parte de los males económicos del país, hasta el punto de que hoy en Italia manda una coalición de partidos que, insensibles al sufrimiento humano, -siempre que no sea italiano-, están dispuestos a deportar a todo lo que viene de fuera.
Una situación injusta de la que Italia no es la única responsable. Si la Unión Europea hubiera cumplido cupos y financiado a los países receptores, tal vez no estaríamos hablando del ascenso ultra, ni de la inmigración o los refugiados como el principal problema. Pero Italia, como Grecia antes, está sola aguatando cientos de miles de llegadas. Mientras los demás países endurecen las reglas del juego para evitar que pasen, el nuevo Gobierno italiano hace lo que mejor sabe hacer: agitar el miedo a los refugiados entre la población local.
No sabemos si las amenazas de expulsión sacarán del temor y devolverán el sueño a los italianos. Quienes seguro que ya no duermen tranquilos, ni siquiera cuando creían haber llegado a tierra firme, son todos aquellos a los que Salvini amenaza con hacerles la maleta, para devolver al infierno.
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