El órdago soberanista
El prisionero catalán
Urge utilizar una herramienta de resolución de conflictos, la construcción de medidas de confianza, por un actor ajeno a las partes
Sonia Andolz
Profesora asociada de la Universitat de Barcelona.
Sonia Andolz
En Catalunya seguimos en un laberinto político que recuerda al dilema del prisionero. Dicho problema, ejercicio tradicional de la teoría de juegos, presenta un escenario en el que el individuo se sitúa ante un dilema: tanto él como su compañero son arrestados por la policía. Si ambos cooperan, ambos serán compensados. Si ninguno coopera, la policía no podrá sancionarles. Si uno coopera y el otro no, el primero sale beneficiado y el segundo carga con toda la sanción. Se considera un dilema porque la decisión de cada prisionero depende de la confianza que tenga en el otro prisionero, algo totalmente subjetivo y que no le asegura nada.
Así estamos en el frente político catalán. Rotos todos los puentes entre el Palau y la Moncloa, con unos discursos de confrontación máxima y un uso irresponsable de vocabulario identitario, la tensión aumenta y aumenta. Cualquier pequeño gesto de ofrecimiento de diálogo es castigado internamente por cada bloque. Los líderes, ahora Rajoy y Torra, son esos prisioneros. Se encuentran ante el dilema puesto que, si hacen un ademán de aflojar, sin tener confianza en que el otro lo responderá de igual forma, salen perjudicados por sus propios electorados y apoyos. Si no lo hacen, se enfrentan a una peor consecuencia: alargar el conflicto entre el soberanismo catalán y el Estado, contribuyendo también a alargar los dramáticos efectos de este.
Falta de confianza absoluta
En el caso de Torra, el 'president' decidió seguir adelante con esa tensión restituyendo a algunos 'consellers' cesados por el 155. Rajoy respondió cauteloso pero Moncloa le corrigió rápidamente. El Gobierno no está dispuesto a ser el prisionero que se mantiene leal al compañero (en nuestro caso, el que decide dialogar, destensar) y pierde. Torra se encuentra ante la disyuntiva de seguir adelante con el plan soberanista tal y como su lista prometió y hacerlo sin aumentar la respuesta y sanciones del Estado. Desplegar la independencia sin hacerlo unilateralmente.
Rajoy se mantiene inalterable en la confrontación catalana sin ver que cooperar (recibir al líder catalán, buscar terceras vías o soluciones) sería en beneficio mutuo (para España, Catalunya, y, lo más importante, para todos los ciudadanos) mientras que no cooperar nos daña a todos. Seguir sin reconocer que hay un problema en Catalunya más allá de líderes o grupos concretos o hacerlo y tener que buscar soluciones.
Visto y oído el ambiente y las narrativas, ahora mismo parece casi imposible que ambos líderes confíen el uno en el otro. De ahí que, para salir de ese dilema, sea absolutamente necesario utilizar una herramienta de resolución de conflictos: la construcción de medidas de confianza. Un tercer actor, ajeno y sin vínculos directos con las partes, que construya, de forma no pública y silenciosa, confianza y respeto. Solo desde ese reconocimiento mutuo y desde la confianza en que la otra parte respetará y cumplirá con lo acordado, se puede avanzar hacia algún escenario que, como mínimo, no sea una prisión para ambas partes.
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