Alzamientos nacionales

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante la presentación de la plataforma 'ESPAÑA Ciudadana'.

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante la presentación de la plataforma 'ESPAÑA Ciudadana'. / periodico

Marc Lamuà

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El patriotismo americano no es exportable directamente a nuestro país; el nacionalismo chovinista, renovado por Emmanuel Macron, no es importable sin más. Cada país, una historia; cada historia, unos relatos. Por eso el deseo de Albert Rivera de emular a líderes de prestigio acabó en una casposa intervención de ecos joseantonianos que retumbaban des del Teatro de la Comedia.

¿Estamos ante el resultado de la reacción española al desafío catalán? Aunque sea esto lo que pretende venderse, a pesar de que se venda orgullo patrio, no es más que el enésimo intento de vertebrar la España orteguiana, tal como José Antonio intentó con la unidad de destino en lo universal.

Qué formidable elemento de cohesión argumental le ha dado el nacionalismo catalán a la España homogeneizadora y centralista de ecos falangistas y tamiz aznariano. Por fin unas acciones de tal trascendencia que pueden ser calificadas de golpe de Estado, de ataque último a la nación. Por fin poder articular el contragolpe abiertamente y de forma contundente sin ambages ni vergüenzas, nacionalismo reaccionario en vena travestido de modernidad. La escenificación de Ciudadanos no es más que un metafórico alzamiento nacional de nuevo cuño, en versión aparentemente civil, con Marta Sánchez, Felisuco y Arévalo de Guardia Mora.

Con las élites ya alineadas por el miedo a perder influencia debido a la crisis de representación en el sistema partidista español, ese Ciudadanos ungido por los poderosos necesitaba ser el vehículo escogido por las clases trabajadoras. Con los partidos de izquierdas a la greña, el campo es infinito para sembrar el populismo nacionalista de Rivera que emana de las tradiciones europeas de los  años 30, esas que ya consiguieron amalgamar a su alrededor grandes bases de trabajadores en una situación similar a la de hoy: empobrecidos, ninguneados y paganos de las crisis del poder.

Qué mejor vertebrador para la España resquebrajada por la crisis que el amor patrio. Qué mejor aglutinante para un partido que quiere ser de masas. Si en Catalunya les funciona a los nacionalistas, por qué no en versión española, por qué seguir cargando con la vergüenza posfranquista, qué tiene de distinto el discurso de Jordi Graupera o los artículos de Quim Torra del discurso de Rivera o los artículos de Juan Carlos Girauta: solo la nación que los estructura.

La diferencia capital estriba en que el simbólico alzamiento nacional catalán está condenado o bien al conflicto encarnizado dentro de la sociedad catalana o bien al desastre, puesto que por lo menos la mitad del demos está en contra del proyecto de secesión. Eso lo convierte, de facto, en un proyecto fallido. Por el contrario el discurso reaccionario nacionalista de Ciudadanos amenaza con cuajar en capas importantes de las clases trabajadoras y medias de la población española, empezando por la misma Catalunya.

Ante estos alzamientos nacionales solo hay una víctima: los trabajadores y trabajadoras de España, que incautamente fían su futuro a proyectos nacionalistas dispuestos a sacrificar cuantos derechos sean necesarios para conseguir sus objetivos de carácter nacional. Ni justicia social, ni igualdad, ni sanidad universal, ni estado del bienestar; solo nación, líder y bandera.

En esta situación el colapso o inacción de las izquierdas, cuando no su tentación de jugar a esas mismas estrategias nacionalistas, es el máximo reflejo de la necesidad de reconectar con las clases trabajadoras y medias de nuestra sociedad. El valor de las políticas para ellas, aun a un alto coste electoral, como única vía para ganar otra vez la credibilidad de ser fuerzas transformadoras y garantes de las oportunidades necesarias para todos.

[Marc Lamuà es diputado del PSC en el Congreso]