¿El presidente de los muy ricos?
José A. Sorolla
Periodista
José Antonio Sorolla
El pasado 25 de abril, Francois Hollande fue preguntado en un programa de televisión sobre si su sucesor, Emmanuel Macron, era “el presidente de los ricos. “No, eso no es verdad”, contestó Hollande, antes de añadir: “Es el presidente de los muy ricos”.
Más allá de la ironía que Hollande siempre ha cultivado con inteligencia y mordacidad, los datos parecen darle la razón, al menos en este inicio del quinquenio macroniano. Estudios publicados con motivo del aniversario señalan que el 5% de los más ricos de Francia son los grandes beneficiados en el presupuesto del Estado de este año, gracias a la política fiscal, pero este desequilibrio está previsto que se compense en los próximos años con concesiones a los más pobres mediante la baja de las cotizaciones sociales y la revalorización de algunas prestaciones, así como por la supresión progresiva de la tasa que paga todo ciudadano por habitar una vivienda. El problema es que estas compensaciones no llegarán hasta el 2019 o el 2020.
Este desequilibrio, el déficit social del primer año de Macron, es percibido por los franceses, como se refleja en las encuestas. Entre el 70% y el 80% juzgan negativamente la mejora del poder adquisitivo, la reducción de las desigualdades sociales o la mejora del sistema de salud, según un sondeo del Cevipof (Sciences Po). Sin embargo, el balance global es positivo para el presidente, que resiste el desgaste del poder mejor que sus antecesores (el 45% respaldan la actuación de Macron). Los franceses aprueban las reformas, aunque discrepan del método, demasiado autoritario (55%), y la mitad estima que habría que ir más lentamente, sin tantos cambios a la vez.
Pero Macron es implacable y ha dicho y repetido que no cejará en su empeño por ¿modernizar el país”. Gérard Courtois, editorialista de Le Monde, ha comparado el método de Macron al juego de Rafa Nadal, poderoso desde el fondo de la pista, donde levanta un muro que termina por desanimar a los adversarios. Macron ha liberalizado el mercado de trabajo, impulsa ahora la transformación de la SNCF (la Renfe francesa) y próximamente abordará la reforma de las pensiones.
Ocupando todo el poder
Aupado a un poder absoluto, sin oposición, con los sindicatos divididos, la tarea que tiene por delante es inmensa y no es seguro que consiga sus propósitos. Otros presidentes lo intentaron antes y fracasaron, pero la diferencia es que ahora Macron ocupa todo el poder, con la única oposición de una derecha --Los Republicanos-- dividida y cada vez más cercana al Frente Nacional, un Partido Socialista inexistente y una izquierda extrema –La Francia Insumisa—insignificante e ineficaz.
Macron llegó al poder con la idea de integrar la derecha y la izquierda. Aunque es percibido por la opinión pública cada vez como más de derechas (la escala ha pasado del 5,2 de marzo del 2017 al 6,7 de ahora, siendo el 10 la derecha extrema), no se ha roto aún el vínculo entre Macron y los franceses que quieren transformar el país. El experimento de apostar por una especie de populismo centrista sigue vivo. El tiempo y la política dirán hasta cuándo.
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