DISTINTAS VARAS DE MEDIR

El Real Madrid o cuando la excelencia solo es arbitral

Sergio Ramos celebra, eufórico, el pase a una nueva final de la Champions.

Sergio Ramos celebra, eufórico, el pase a una nueva final de la Champions. / .43148714

Emilio Pérez de Rozas

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Hubo, sí, no uno, no, sino varios periodistas de la capital del Reino que preguntaron anoche a, no uno, no, sino varios jugadores del Real Madrid si tiene mucho más valor una Champions que todavía no han ganado o el doblete del Barça. ¡Y lo que te rondaré, morena!

Desde que el Barça ha conquistado su octavo doblete en más de 100 años de historia, en Madrid andan persiguiendo la 13ª para echársela por la cara a la ‘gent blaugrana’. Peor aún, yo siempre he tenido la sensación de que parte de la crítica catalana también busca esa ofensa. Son los mismos que dijeron (y hasta escribieron) que no pensaban celebrar títulos conquistados sin excelencia.

Las ayuditas de Oliver y Çakir

Porque, ya ven, aquí (¡y eso sí es doloroso, por más honesto y orgulloso que lo crean muchos colegas!) el único que tiene la obligación de jugar bien, perdón, muy bien, más perdón, como los ángeles, es el Barça. Los demás, tal y como ha demostrado el Real Madrid en sus dos partidos de vuelta de cuartos y semifinales de la Champions (su antigua Copa de Europa), lo único que cuenta es tener al árbitro de tu lado, se llame Michael Oliver o le llamen Cüneyt Çakir, dicen, ya, vaya, el mejor de Europa, y, sobre todo, tener mucha suerte e, incluso, un portero, que aunque no te guste, aunque lleves meses queriendo despedirlo, vuele de un palo a otro y te salve la vida.

Todos sabemos (incluso los que desprecian al Barça del doblete porque no juega bonito, o no siempre bonito) que si el conjunto de Ernesto Valverde se hubiese clasificado para la final de Kiev con los dos lamentables y vergonzosos partidos que ha hecho el campeonísimo Real Madrid (1-3 y 2-2 ante Juve y Bayern, con Oliver y Çakir de su lado y el público temblando), Josep María Bartomeu estaría, en estos momentos, devolviendo las 17.000 entradas que le otorgaba la UEFA para el estadio de Kiev porque nadie querría ir a ver jugar a un equipo que no juega a nada, que ha roto con el ADN azulgrana y que se clasifica gracias a la suerte, el árbitro y los vuelos sin motor de un portero repudiado.

Pero, miren por dónde, los tertulianos madrileños están que la rifan. La alegría, digo. Los escritores contando que esto que están viendo no tendrá repetición. Y los jugadores blancos reconociendo que, sí, que es verdad, que Marcelo hizo penalti, pero que el árbitro no lo señaló el árbitro (amigo). Y tira ‘palante’.

Ningunear los éxitos culés

El Barça gana, arrolla, arrasa, se impone en la Liga (siete títulos en los 10 últimos años), ridiculiza al Real Madrid en el torneo de la regularidad (y hasta le gana en el Bernabéu) y se pasea en la Copa del Rey ante un poderoso Sevilla, y el mundo del fútbol (y los gurús del ‘cruyfismo’) desprecian esas conquistas. El Real Madrid se situa en su 16ª final de Champions de forma ramplona, con los árbitros en nómina y, antes de que vuelen las portadas, Sergio Ramos coge el megáfono y se va al gol a cantar “¡somos los reyes de Europa!” sin remilgos.

Puede que a muchos barcelonistas no les guste ganar como gana el Real Madrid. Puede. Pero minusvalorar el tremendo, el arrollador, el sensacional doblete que ha conquistado el Barça (perdón, con récord estratosférico sin perder aún vivo, aún en prolongación) hasta ningunear su celebración es hiriente, injusto y triste. Esa es la manera que tienen muchos culés de no saber ser felices. Debe ser cierto eso de que muchos barcelonistas se alegran mucho más cuando el Real Madrid gana robando, que cuando pierde por goleada.