Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega
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El Universo menguante

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Tengo un vecino muy bajito, Gabriel, con el que me encontraba de vez en cuando en el ascensor. Está casado con Eva, una chica bastante más alta que él. Ambos son jóvenes y, siempre que los he visto juntos, he notado que están bastante enamorados.

Hace tiempo que no veo a ese hombre, pero me encuentro regularmente con su esposa. El pasado miércoles coincidimos en el rellano del edificio y se me ocurrió preguntarle por Gabriel. Me dijo, algo nerviosa, que últimamente no sale de casa. Quise saber si estaba enfermo, y ella, con una sonrisa algo forzada, me dijo que no, que por suerte está muy sano, pero que ha decidido no salir a causa del experimento.

"He decidido hacer decrecer la realidad"

Eva notó, sin que se lo dijera, que estaba deseando saber a qué experimento se refería, así que me lo contó sin que yo tuviera necesidad de preguntárselo. Con las llaves en la mano me dijo: "Ya sabes que Gabriel es muy bajito. Por mucho que yo le diga que me da igual, que lo quiero tal como es, él está obsesionado con su baja estatura y lo vive con un tremendo complejo. El otro día se puso a llorar y a mí se me partió el alma. Ahí supe que tenía que actuar. Y decidí que creciera".

La chica notó mi cara de asombro y, de nuevo sin que yo dijera nada, pasó a contarme a qué se refería: "A ver, ya sé que no puedo hacerle crecer; no estoy loca. Así que he decidido decrecer la realidad".

¡Decrecer la realidad! Me contó, muy ilusionada, que había tomado la firme decisión de empequeñecerlo todo. Si Gabriel no puede crecer, ella haría el Universo más pequeñito. "Es una cuestión de contrastes", me dijo. "He empezado bajando los techos de casa y los marcos de las puertas. Las obras me han costado un dineral, pero vale la pena ver su cara de alegría cuando, por primera vez, tiene que agacharse para cruzar una puerta. Por eso sale no de casa. Por fin se siente alto".

Mezcla de sentimientos

Tuve una mezcla de sentimientos. Por un lado quise decirle que así no estaba ayudando a su marido a vencer el complejo, que lo único que hacía es conseguir que se engañara a sí mismo, pero al momento supe que yo no era nadie para opinar acerca de la bondad de su experimento.

"¿Y entonces nunca más saldrá a la calle?", le pregunté. "Sí, claro que sí, pero antes he de hacer cambios importantes en la realidad. Ahora mismo, por ejemplo, vengo de bajar la altura de las canastas de la cancha de baloncesto que hay en el barrio. He bajado solo un centímetro. Cada semana las bajo un poquito, disimuladamente, para que no se note. Al ritmo que voy, calculo que en un año la canasta ya estará a su altura."

Un milímetro al día

"¿Y el resto del universo, Eva? El mundo es mucho más grande que vuestra casa y la cancha de baloncesto". Me contestó que todo lo iría haciendo poco a poco, que pensaba dedicar su vida a empequeñecer el mundo, costase lo que costase. Al parecer, estaba en negociaciones con unos delincuentes armados con extraños instrumentos que se dedicarían, bajo su revisión, a ir hundiendo bajo la tierra las farolas de nuestra calle, al ritmo de un milímetro diario.

Me despedí de esa mujer deseándole suerte. No supe que otra cosa decirle.

Si ustedes, cualquier día, se dan un golpe en la cabeza al cruzar el umbral de la puerta de una tienda, no se enfaden. Es Eva, que por amor está cambiando el universo poco a poco.