La huelga del 8-M
Es una revolución y ya está aquí
Somos nosotras. Y también ellos. Somos todos los que reclamamos una sociedad igual y libre de unos estereotipos que nos encadenan, que nos convierte en consumidores de lo establecido
Las calles dijeron basta. El pasado 8 de marzo se elevó el grito que lo cambiará todo. Porque lo hará. Un clamor que es antiguo y nuevo. El eco de una humanidad de mujeres oprimidas, las voces silentes de las que son acalladas y el grito joven, apasionado y poderoso, de las que no van a dejar que sus vidas sean dictadas.
Porque había jóvenes, muchísimas jóvenes. Y sus madres. Y sus abuelas. Y llegaban de todos los barrios, pudientes y humildes, con sus melenas planchadas, rapadas, mechones alborotados o pelucas. No importaban las cuentas corrientes ni el color de la piel ni los acentos, había una idea que las unía a todas (a ellos también), un sueño por el que luchar, una pasión por vivir y, sí, las dosis necesarias de ingenuidad para creer que pueden cambiarlo todo. Y eso, esa efervescencia, es la materia de las revoluciones.
Con el morado por bandera, porque somos muchas y diversas, la marcha desembocó en la plaza de Catalunya. En el escenario, enclavado en el mismo lugar que el movimiento feminista ocupó en el 15-M, palabras, canciones, poemas y bailes. Emoción y reivindicación. Allí fueron convocadas todas las mujeres sufrientes y luchadoras del mundo. La barbarie fue relatada. Y el clamor se volvió hermandad. También las risas acudieron. Porque sobraban razones, pero se rechazó la impostura de la solemnidad.
Ay, Sigmund Freud, si hubieras estado ahí. Quizá habrías sentido envidia de vagina. De esas vaginas controladas por el poder, agredidas por el machismo, violentadas por ejércitos y estados. Ahí estaban, elevadas a un altar que no sabe de religiones, pero sí de vida y libertad.
Somos nosotras. Y también ellos. Somos todos los que reclamamos una sociedad igual y libre de unos estereotipos que nos encadenan, que nos convierte en consumidores de lo establecido. Ciudadanos con etiquetas prendidas al nacer que indican el comportamiento correcto, la cuota de poder que les corresponde y el rol de víctima o verdugo heredado y con saldo vigente. Contra todo eso es la lucha feminista. Y es la de todos.
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