AL CONTRATAQUE
La realidad y la actualidad
Desde hace unos días, cada vez que salgo de casa o del coche, siento que empieza a oler a primavera
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
Vivo en una buhardilla de una calle arbolada en la que la mayoría de las casas tienen pequeños jardines. Yo solo he tenido tres árboles en mi vida: un limonero, un olivo y una mimosa. El limonero y el olivo me los compraron por amor. Hay hombres que regalan árboles, los prefiero a los que regalan joyas.
La mimosa era de mis padres y vivía junto a una tortuga centenaria en un pequeño patio pedregoso y agreste en Cadaqués. Cuando a finales del invierno florecía, la señora que cuidaba de la casa nos avisaba y subíamos desde Barcelona para ver aquel esplendor de pequeños copos peludos, suaves y amarillos que nos anunciaban la llegada de la primavera, el preámbulo amable y distinguido del escandaloso verano que tanto desagradaba a las mujeres de mi familia.
La realidad es chillona, grosera, chulesca, fascinante y grandilocuente. La realidad, no.
Un día, mi madre le pidió a un chico que corría por allí que podase nuestra mimosa y él, en un inusitado arranque de laboriosidad y de eficiencia, la taló de cuajo.
Han pasado más de 20 años, el tronco mutilado y yermo sigue allí (y el hombrecito amable y tontorrón que lo taló, también) y cada vez que lo veo pienso que debería comprar otra mimosa y recuperar para mis hijos y tal vez para los suyos el maltrecho ritual de mis padres.
Desde hace unos días, cada vez que salgo de casa o del coche, siento que empieza a oler a primavera, es todavía un aroma muy incipiente y en cuanto me detengo para poder captar con más precisión de dónde proviene y lo que es (glicinia, jazmín, tal vez fresia, no lo sé), huye, se esconde y desaparece, juguetón e inaprensible, antes de que yo haya podido distinguirlo, situarlo y apropiármelo.
Olor a primavera
Bajo del coche, levanto una mano y les digo a los niños: "Un momento, esperad". Nos quedamos los tres petrificados como si estuviésemos jugando a pica pared. Los dos me miran expectantes: "¿Qué pasa, mamá?", yo les digo: "Huele a primavera, ¿no lo oléis, salvajes?". Ellos dicen que no huelen nada y me responden bromeando, pero yo les conozco (menos de lo que creo, seguro; pero algo, sí) y sé que sí lo huelen.
La actualidad es chillona, grosera, chulesca, fascinante y grandilocuente. La realidad, no. La actualidad es lo que sale en las noticias, las mujeres convertidas en soldados, las estúpidas banderas, los políticos más tontos que los ciudadanos y una palabrería mezquina, interesada, ensordecedora y, a menudo, pésimamente redactada.
La realidad es la lava que fluye por debajo, burbujeante y lenta, viejísima y nueva, cansada pero dispuesta a fecundarlo todo en su irresistible impulso. La realidad es ese olor a flores que todavía no existe pero que desde hace unos días me asalta al bajar del coche y me anuncia una vez más, en pleno invierno, el final del invierno.
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