ANÁLISIS

Messi es nuestro opiáceo

Es tan especial que hasta le perdonas que su padre se 'distraiga' al pagar impuestos

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Andreu Buenafuente

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En este mundo tosco, crudo y encabronado que nos está tocando vivir, no se me ocurre nada mejor que ver a jugar una partido de fútbol a Leo Messi. Va a ser nuestro opiáceo, nuestra fuga, nuestro regalo de Navidad, que nos llega avanzado y necesario como agua de mayo aunque estemos en diciembre. 

No importa que juegue el sábado a la una de la tarde (hoy en la Liga lo del mareo de horarios es de traca), no importa que la VISA nos saque humo por las fiestas, no importan las comilonas encadenadas que se avecinan, los negros horizontes... No importa nada. 

Que juegue Messi, que se divierta, que se motive un poco más al ser contra el Real Madrid, que haga lo que quiera pero que lo haga. Y que nosotros lo veamos. Messi a su bola, con la bola, va a ser la mejor alegría de estos días, el amigo “visible”. 

Messi es una bendita excepción, Messi no es independentista ni todo lo contrario, Messi es el mejor futbolista que he visto en mi vida, un género en sí mismo. Un paréntesis, una concentración de sorpresa y genialidad de las que ya no quedan. Es tan especial que hasta le perdonas que su padre se distraiga con cumplir con el pago de los impuestos. Hasta ese punto llega la cosa. 

Por eso temblamos de emoción cuando coge el balón y suma regates hasta disparar a puerta. Y aunque Cristiano Ronaldo se empeñe en decir que él es el mejor, me he puesto a escribir cuatro líneas cuando lo que quiero de verdad es emular a mi perro 'Mel' que me mira desde el sofá como si hubiera caído de un quinto piso. 

Lo que no consiga este hombre. ¿Que si vamos a ganar? Eso es lo de menos. Creo.