'Procés' y convivenca social

Personas e ideas

Son tiempos en los que es más importante saber escuchar que querer imponerse, saber explicar que querer convencer

zDiferentes banderas en Universitat.

zDiferentes banderas en Universitat. / periodico

ARMAND PUIG

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Desde hace algunos meses Catalunya vive en una tensión creciente. En estos momentos existen dos hechos incontestables. En primer lugar, el denominado procés ha dejado de ser puramente político (gobiernos y partidos) y ha entrado de pleno en la esfera social, en el tejido humano de la ciudadanía (nivel cívico y ámbito familiar). En segundo lugar, la situación actual desvela pasiones y se producen contraposiciones, acaloramientos y hasta momentos agrios. Soy de los que piensan que la sociedad catalana no está irremediablemente fracturada, pero sí que se han abierto algunas grietas que provocan inestabilidad en el conjunto del edificio.

La polarización de las posiciones es un hecho, y en muchos casos se pide -casi se exige- que las personas se «definan» a favor o en contra de una determinada posición. Cabe entrar en el terreno de los matices cromáticos y desmitificar el análisis de la polarización, porque la realidad no es toda ella de un color ni de otro. La ponderación en el análisis es una cualidad fundamental para instaurar una actitud que no se limite a proyectar fuera aquello que uno vive y siente dentro.

Tierra de acogida

Ahora bien, la polarización no puede tener la última palabra en un momento complejo de la sociedad catalana. Sería tirar por la borda el carácter propio de un país que se ha singularizado entre los países de Europa por el hecho de haber conocido e integrado hasta tres olas de inmigrantes en el siglo XX. Catalunya es tierra de acogida y convivencia, donde nadie se siente forastero, y donde los que llegan difícilmente la dejan. Cuando las identidades nacionales se han acentuado llevadas por planteamientos políticos, es necesario retomar el discurso sobre la convivencia, dentro del cual se practique efectivamente el respeto al otro y a sus convicciones -con las renuncias que a menudo esto puede comportar-.

Esto será posible si las ideas no ocupan el único lugar de nuestra atención. No se puede caer en una especie de fijación, de la que son expresión las lecturas frenéticas del móvil o las conversaciones monotemáticas. Pase lo que pase en el ámbito ciudadano y político, nos tenemos que preservar interiormente y no dejar que la agitación y el menosprecio se instalen en nuestro interior. Esto se hace difícil porque la injusticia existe y se siente como un dolor profundo que enciende y rebela. Pero no podemos quedarnos desarbolados interiormente. La paciencia y la entereza son virtudes importantes en tiempos de impaciencias y de ataques a la estabilización social. La persona -la propia y la de los otros- es un valor absoluto, piense lo que piense y pase lo que pase.

La capacidad de convivir es la característica de los que son fuertes de espíritu, de los que no se dejan arrastrar por vientos y tempestades. Es particularmente necesario que, en unos tiempos donde las diferencias se acentúan, se preserve la paz familiar. Las familias de este país están mezcladas y son heterogéneas, en origen, lengua, sensibilidades. Son tiempos en los que es más importante saber escuchar que querer imponerse, saber explicar que querer convencer.