El 1-O, la violencia y las mujeres

¿Que significaría introducir una mirada feminista en la política?

Hay que romper con la lógica del poder y la dominación como base y justificación de las decisiones

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GEMMA ALTELL

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Con el ánimo de aportar una mirada constructiva al momento y la realidad actuales, creo que solo me queda la opción de hacer ciencia ficción. Si me imagino un mundo donde el feminismo hubiera entrado profundamente también en la política –y no solamente como voluntad de algunas personas concretas–, tengo claro que en ese mundo no tendría lugar ni el ejercicio ni la estética de la violencia, porque ya se interpretaría como grotesca e inconcebible. El instrumento que facilitaría la comunicación entre diversas opciones políticas pasaría necesariamente por el diálogo, la empatía y el respeto a la diferencia. El poder no jugaría un papel ni se manifestaría en estos términos de dominación, porque simplemente no sería legítimo. La legitimidad, que va mucho más allá que la legalidad, se sustentaría en aceptar el carácter dinámico y evolutivo de las sociedades y los pueblos,  el derecho a las reivindicaciones y a la libertad de expresión de los mismos. El feminismo, tal como yo me lo he hecho mío, es inclusivo y acepta todas las voces que no quieran imponerse por la fuerza. Es de izquierdas y, por tanto, procura reequilibrar desigualdades sociales y políticas que vienen de muy lejos.

Base sustentada en el sistema patriarcal

Las imágenes que nos deja el pasado 1 de octubre hablan de un sistema que, como tal, sigue manteniendo las violencias como una supuesta forma de resolución de los conflictos. Violencia física por los golpes, violencia psicológica por el negacionismo de los hechos, violencia verbal por el menosprecio, violencia sexual por algunas agresiones perpetradas, violencia económica por las medidas tomadas por el Estado, violencia simbólica por el ejercicio del poder de este sistema escenificado en unos trajes de Robocop sin cara atacando a la población civil en camiseta y con los brazos levantados. Es un paralelismo absoluto con la violencia machista en la pareja. Tan paralelo, que nos hace temblar.

Hace décadas que aquellas y aquellos que trabajamos con mujeres que sufren violencia no nos cansamos de decir que la violencia machista tiene una base estructural que está sustentada en un sistema patriarcal. El 1 de octubre vivimos el ejemplo más claro que, desgraciadamente, nunca hubiéramos querido imaginar. Pero los acontecimientos se superponen a una velocidad difícil de procesar, y esta semana hemos tenido una nueva muestra, en este caso en forma de decisión judicial y detenciones. La violencia institucional que se ejerce desde una posición clara de poder parece no tener límites. Los movimientos feministas –entre otros– lo denuncian ya hace tiempo, pero los altavoces y el impacto en la ciudadanía en general es mucho más alto. Nada más lejos de mi utopía de ciencia ficción.

Formas feministas de hacer política

No entraré en el debate sobre la independencia de Catalunya, porque para mí ya hace muchos días que este no es el foco. La vulneración de los derechos fundamentales y la impunidad disfrazada de legalidad es el foco. Se ha olvidado ya hace tiempo –si es que en algún momento se ha planteado– que las leyes deben estar al servicio de las personas y no al revés. La constatación –una vez más– y de forma tan virulenta de que seguimos viviendo en un sistema y un régimen patriarcal, donde instituciones como el sistema judicial o las fuerzas y cuerpos de seguridad están al servicio del mantenimiento de este sistema y cualquier indicio de cambio es aplastado, me afianza en la necesidad de introducir y consolidar nuevas formas de hacer política. Feministas.

Un precio muy alto para la ciudadanía

Los sistemas autoritarios –como los agresores– presuponen que el ejercicio de la fuerza generará miedo y que el miedo paralizará cualquier cambio o protesta. La historia nos demuestra que esto no funciona así. Puede tardar unos años o hasta unas décadas, pero más pronto o más tarde las inquietudes emergen; está, afortunadamente, en la esencia humana, pero la ciudadanía a menudo paga un precio muy alto. Seguir pensando en términos de sometimiento es falta de inteligencia –por decirlo suavemente–, entre otras cosas. Por ello, cuando hablamos de mirada feminista en la política es necesario incorporar más mujeres a la política y hacer política para mujeres, pero no es suficiente. Para una verdadera mirada feminista necesitamos romper con la lógica del poder y la dominación (poder político, militar, económico, judicial) como el elemento que sustenta y justifica los movimientos y las decisiones. Lo que es realmente transformador es entender que las sociedades evolucionan, crear sistemas reguladores permeables a estas evoluciones, entender que los pueblos son diversos, desmontar el sistema de privilegios y, como decíamos, legitimar las voces, todas. Todas aquellas que puedan aceptar que su opción no es la única posible.