IDEAS
Gorey, gatos y niños
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Gorey, siempre Edward Gorey. Pasan los años y sus ilustraciones no envejecen. Al contrario, vuelven con una pátina de novedad. Quizá porque ya nacieron con un aire antiguo, como si fueran el testimonio de una época que crecía y encontraba su plenitud en la imaginación del autor, observamos los dibujos de Gorey y nos entregamos a su poder evocador. Quizá lo que nos atrae es su familiaridad, un mundo que nos sitúa entre la turbación inminente y una alegría que es un poco infantil, pero no ingenua. Edward Gorey murió en 2000, a los 75 años, pero las obras que escribía y dibujaba, máxima expresión de su universo particular, se siguen reeditando: 'El huésped dudoso', 'El jardín maléfico', 'El ala oeste'... La mayoría siguen vivas en castellano gracias a las ediciones de Zorro Rojo, y algunas se encuentran en catalán en Angle editorial.
Sus ilustracionesnos sitúan entre la turbación inminente y una alegría que es un poco infantil, pero no ingenua
En los últimos años, además, se ha ido recuperando la obra que hizo en colaboración. Gorey ilustró decenas de cubiertas de libros, de Conrad a Kafka y de Gogol a Henry James, y se pueden coleccionar fácilmente en Internet gracias a sus seguidores. También dibujó para otros autores, y ahora precisamente se publican dos títulos que confirman esta facilidad para poner su estilo al servicio del talento ajeno. 'El libro de los gatos sensatos de la vieja Zarigüeya' (Nórdica) reúne los poemas que T.S. Eliot escribió sobre gatos, una pasión compartida por Gorey: a pesar de la variedad, predominan los gatos burlones, de sonrisa mefistofélica, como si en su interior valoraran la ridiculez de los humanos.
La otra novedad es 'Tristán encoge' (Blackie Books), un cuento infantil de Florence Parry Heide que Gorey ilustró en 1971 y enseguida se convirtió en un clásico. Si solo dependiera de Gorey, Tristán habría podido salir en su diccionario alfabético de niños que morían ('Los pequeños macabros') como "el niño que se encogió tanto que desapareció", pero esta historia tiene un final más humano y, como dice David Trueba en el prólogo, es un niño que "vive en la paradoja eterna de llegar a ser libre y autónomo y suponer al mismo tiempo que alguien te protege, te vigila, te entiende". Gorey, siempre Edward Gorey.
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