IDEAS
Los túneles y la luz
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Uno de los rasgos que definen a las grandes novelas es que a menudo, durante la lectura, te abren un pasadizo secreto hacia otra obra. Podemos llamarlo el peso de la tradición, o de las influencias, pero a la vez es una sensación más subjetiva, que nos deslumbra desde la experiencia lectora. Pondré un ejemplo concreto. Hace poco leí una novela espléndida, 'El ferrocarril subterráneo', de Colson Whitehead (Literatura Random House / Periscopi). Se narran en ella las penurias y horrores de una madre y su hija, esclavas en una plantación de algodón en Georgia, en Estados Unidos, y la persecución por parte de un cazador de recompensas, cuando la hija mata a un hombre blanco y se escapa, buscando la protección de los estados donde el esclavismo ya ha sido abolido. Whitehead escribe con una precisión que hiela la sangre: no escatima detalles en el abuso constante que sufren los negros, o más bien los convierte en una brutalidad cotidiana, porque así es como eran. El contraste literario se obtiene con la figura del ferrocarril subterráneo: un tren con aires de fabulación que es furtivo y oculto, y que va de sur a norte, hacia un destino imprevisible pero sin duda mejor que la miseria de la esclavitud.
Una novela espléndida, 'El ferrocarril subterráneo', me lleva a otra gran novela agujereada por túneles, 'A este lado de la luz'
Poco a poco, mientras me acostumbraba a la oscuridad medio abstracta del ferrocarril subterráneo, mi recuerdo viajó hacia otra gran novela agujereada por los túneles, en este caso de Nueva York: 'A este lado de la luz', de Colum McCann (RBA, 2008). Aquí la narración se abre con un joven, llegado de Georgia, que podría ser descendiente de esos esclavos. Estamos en el año 1916 y Nathan trabaja con más inmigrantes en la construcción de los túneles para que el tren pase por debajo del río, entre Brooklyn y Manhattan. McCann nos cuenta su vida difícil, llena de aprietos, alternándola con la de Treefrog, un vagabundo que en 1991 vive en la oscuridad protectora del mismo túnel, ahora ya abandonado y sin servicio. Esclavos del progreso y vagabundos libres, pues, ambos traspasan el tiempo y coinciden en unos túneles que, a pesar de ser muy reales, se han convertido en una ficción. Uno espera que, de un momento a otro, pase raudo el ferrocarril de Colson Whitehead.
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