ANÁLISIS
Exabruptos en la ONU
Albert Garrido
Periodista
Albert Garrido
Desde los días de la guerra fría se atribuye a George F. Kennan la idea de que cualquier guerra es posible si uno de los adversarios está decidido a desencadenarla. Se diría que los presidentes de Estados Unidos y de Corea del Norte reúnen los rasgos de carácter necesarios para que tal cosa suceda, y su verborrea destemplada confirma esta impresión. Después de que Donald Trump amenazara en la ONU con la destrucción total del pequeño país si lo requería la propia defensa o la de los aliados, el ministro de Asuntos Exteriores norcoreano, Ri Yong-ho, ha comparado las amenazas de la Casa Blanca con los ladridos de un perro. Un intercambio de galanterías impropio de las convenciones diplomáticas, expresión de una atmósfera altamente contaminada, por no decir irrespirable.
¿Estamos en un escenario insólito o forma parte de la larga tradición de exabruptos onusianos? Nada es nuevo bajo el sol: desde que Nikita Jruschov golpeó el atril con un zapato hasta nuestros días, los excesos gestuales, verbales y de todo tipo se han sucedido en los salones de la ONU, algo que lleva directamente a preguntarse por la utilidad de la institución, teórica atemperadora de la muy a menudo ardorosa rivalidad entre estados. ¿Qué función cumple si personajes como Trump, depositarios de responsabilidades universales, utilizan la tribuna para soliviantar a sus adversarios (Irán, un ejemplo) cuando no a exasperarlos? ¿Cuántas misiones deja de cumplir cuando hay países (Israel, otro ejemplo) especializados en desoír las resoluciones del Consejo de Seguridad? ¿Qué utilidad práctica puede tener una institución con cinco socios que tienen derecho de veto?
Preguntas recurrentes
Estas y otras recurrentes preguntas surgen en los debates sobre la eficacia real de la ONU y sobre el signo de la necesaria reforma que todo el mundo estima necesaria. Y muchas respuestas acerca de la eficacia futura de la organización remiten a la capacidad de las grandes potencias de abrazar el multilateralismo para mejorar la seguridad colectiva. La escenografía de estos días servida en el rascacielos de Manhattan hace dudar de la validez de las reformas reclamadas por Trump y secundadas por el secretario general, António Guterres, si tras ellas alienta la propensión a la unilateralidad y el aislacionismo. El desafío nuclear de Kim Jong-un no se neutraliza llamando hombre-cohete al presidente norcoreano, un personaje imprevisible con tendencia a la caricatura.
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