Weegee en Barcelona
a primera mitad del siglo XX
Ramón de España
Periodista
RAMÓN DE ESPAÑA
Mañana se inaugura en Foto Colectania una exposición del gran Weegee, cronista visual del inframundo neoyorquino de la primera mitad del siglo XX, el hombre que prácticamente vivía en su coche -tenía una radio con la frecuencia de la policía, lo que le permitía a veces llegar al lugar del crimen antes que ella, y un pequeño cuarto oscuro para el revelado de sus fotos en el maletero- y que ha pasado a la historia por retratar magistralmente, aunque fuese casi siempre de prisa y corriendo, accidentes, crímenes, redadas y demás desgracias de la gente de mal vivir. Llegado al desastre de turno, nunca le sobraba tiempo para encuadrar, lo cual le llevó a una obligada e intuitiva maestría a la hora de apretar el disparador.
Se llamaba Arthur H. Fellig, había nacido en Ucrania en 1899 y falleció en su querida Nueva York en 1968. Teóricamente, solo era un reportero de sucesos, pero eso es como decir que Edward Hopper solo pintaba cuadros de gente melancólica.
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Fue un tipo realmente popular desde la publicación de su primer libro, 'Naked city' (1945) y hasta acabó retratando a personajes pudientes de la sociedad neoyorquina, pero siempre le recordaremos por sus muertos al volante, sus gánsteres asesinados en restaurantes y sus travestidos entrando dificultosamente en el furgón celular. Como diría Albert Pla, Weegee -el alias le vino de una alteración fonética de la palabra ouija, artefacto al que algunos achacaban su habilidad para llegar el primero a cualquier catástrofe- eligió pasear por el lado más bestia de la vida.
Hollywood le rindió homenaje con la película 'The public eye' (1992), en la que Joe Pesci interpretaba a un fotógrafo claramente inspirado en él: no le faltaba ni el puro apestoso que Weegee llevaba siempre colgando de la comisura, pero el largometraje no acababa de reproducir fielmente ni su mundo ni su punto de vista. A su peculiar manera, Weegee era un moralista convencido de que quien mal anda, mal acaba, pero en sus encuadres nunca hay juicios morales: ahí está la imagen para que cualquiera la interprete como desee. Ver esas imágenes en una galería, tras haber sido publicadas originalmente en papel de periódico, es toda una experiencia, como recordarán quienes acudieran en 2009 a la retrospectiva que le dedicó Telefónica en Madrid.
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