análisis

Trump está muy enfadado y Putin se parte de risa

Lo del 'Rusiagate' va en serio y la Administración de EEUU lleva camino de la parálisis ocupada en desbrozar la maraña

Trump Lavrov Silyak

Trump Lavrov Silyak / AFP

ROSA MASSAGUÉ

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Los mercados, que además de ser patios donde comprar y vender son barómetro, sismógrafo y oráculo, un tres en uno, han hablado. Cayendo, han dicho que lo del ‘Rusiagate’ va en serio, que el nombramiento de un fiscal especial para supervisar la investigación del FBI sobre la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales, y la derivada de las conexiones moscovitas del fugaz consejero de Seguridad Nacional Michael Flynn, no es cosa que pueda acabar en dos días, que va para largo. Lo que no dicen los mercados es si el presidente acabará siendo objeto, o más bien sujeto, de un ‘impeachment’, pero lo que sí detectan es que la Administración lleva camino de ir hacia la parálisis ocupada en desbrozar la maraña.

También la revista ‘Time’, con su portada en la que a la Casa Blanca le han crecido las cúpulas doradas del Kremlin y el ladrillo rojo de las torres y murallas rusas está invadiendo la lechosa fachada sur por el ala este acercándose amenazadoramente hacia el Despacho Oval del ala oeste, está diciendo que hay motivos para creer que la presidencia de Donald Trump está tocada.

Robert Muellerexdirector del FBI, y dos comités parlamentarios investigan y motivos hay para hacerlo. Con Trump en la Casa Blanca nada es normal. Pero en el caso de las conexiones rusas la anormalidad es de alto voltaje porqué se trata de los contactos del entorno del presidente con el del líder de una país que ha sido y sigue siendo adversario de EEUU, de un país que no pertenece a la OTAN, la alianza defensiva occidental, con intereses estratégicos muy alejados de los de Washington.

VERSIÓN DEL WATERGATE

No es normal que asesores de la campaña electoral del millonario empresario como Roger Stone, Paul Manafort y Carter Page --todos dimitidos-- tuvieran vínculos con Rusia. No es normal que Trump se obstinara en poner a Flynn, también con vínculos en Moscú, en el Consejo de Seguridad Nacional, como no lo es que el fiscal general, Jeff Sessions, hay tenido que inhibirse del dosier ruso por los mismos motivos y que pese a ello siga en el puesto. Ni lo es que el yerno y asesor del presidente, Jared Kushner, omitiera sus contactos con personalidades rusas cuando tenía que obtener los permisos de seguridad para acceder a la Casa Blanca. Ni que el líder republicano en el Congreso dijera en el 2016 que en su opinión Vladimir Putin financiaba a dos políticos estadounidenses, uno de ellos Trump.

Todo el caso está entrando en el terreno de una nueva, aunque no será igual, versión del Watergate, el escándalo que llevó a Richard Nixon a dimitir. Esta sería una versión mucho peor tratándose de la injerencia de un país extranjero. Sin embargo, hay aspectos en que el parecido con cuanto ocurrió hace 45 años es muy notorio. Por ejemplo, a aquel presidente desabrido e irascible le perdió el haber mentido. En el caso de Trump podría ser la obstrucción a la justicia, que es uno de los aspectos que Mueller debe investigar.

Dicen que Trump está muy enfadado, mientras Putin aparece en televisión haciendo chistes sobre el caso y partiéndose de risa. Esto sí que es normal, en Washington y en Moscú.