MIRADOR
De safari con Ulrich
Ulrich Seidl constituye una feliz anomalía en la industria contemporánea del espectáculo, tan poco receptiva con aquello que antes se definía como de arte y ensayo
Ramón de España
Periodista
RAMÓN DE ESPAÑA
El cineasta austríaco Ulrich Seidl (Viena, 1952) constituye una feliz anomalía en la industria contemporánea del espectáculo, tan poco receptiva con aquello que antes se definía como de arte y ensayo: rueda las películas que quiere como quiere o puede, las pasea por festivales en los que se le suele tratar con el respeto que merece y luego las estrena, aunque en muchos casos no vaya a verlas ni Dios. El fantasma de Fassbinder (y de su compatriota Thomas Bernhard) sobrevuelan sus propuestas, que, por cierto, nunca pertenecen a ese subgénero conocido como “películas para festivales” y merecerían un público más amplio. Su última obra, el documental 'Safari', se ha estrenado en dos cines de Barcelona y solo a determinadas horas, y en uno de ellos la retiraron antes incluso de que se cumpliera la preceptiva semana en cartel. Uno confiaba que, tras el 'succés d'estime' de su trilogía 'Paraíso', 'Safari' atrajera a un poco más de gente a las salas, pero todo parece indicar que no ha sido así.
Los años 70 nos quedan muy atrás y la figura del autor cinematográfico ya no goza del respeto y el interés de entonces. Seidl se mueve a contracorriente y paga un precio. Yo me alegro mucho de que no se rinda, pero, sinceramente, no consigo entender cómo le financian los proyectos, ya que el hombre hace pensar al espectador y eso es algo que hoy día se acaba pagando con sangre. La trilogía 'Paraíso' -sobre una señora austríaca que se va a África a tirarse negros, su hermana beata que pasa el verano en Viena dando la brasa católica a gente que solo piensa en quitársela de encime y la hija de la primera, enviada a un campamento para obesos-, constituía una preocupante reflexión sobre la Europa actual, tan deprimente como teñida de un extraño humor. Anteriormente, con la magnífica 'Import Export', nuestro hombre había retratado la Europa de dos velocidades con dos historias paralelas que nunca llegaban a cruzarse, ni falta que hacía, ya que el mensaje era obvio: vivimos juntos, pero nos ignoramos mientras nos sacamos mutuamente lo que podemos.
Si fuese catalán, al pobre Ulrich me lo habrían acusado de auto odio, sobre todo después de ese 'Safari' en el que los austríacos que van a África a matar bichos son una penosa pandilla de frívolos cenutrios. Yo creo que el señor Seidl solo se hace preguntas que nos inquietan. O deberían.
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