Depresión colectiva, o fe dominical
El 4-0 de París fue para muchos una humillación. El aficionado blaugrana tiene en sus genes la propensión al drama
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
El pasado martes, cuando por fin terminó el partido en París y los jugadores se iban cabizbajos hacia el vestuario, pensé en mi amigo Lars de Copenhague. Hace unos años, cuando el equipo de su ciudad se clasificó para la fase final de la Champions, me comentaba sus opciones y, sin quererlo, hizo un homenaje a un chiste de Eugenio. “Me encanta jugar partidos de la Champions y perderlos”, me dijo. “¿Y ganarlos no?”, le repliqué yo. “Bueno, es que ganarlos ya sería la repera”.
Con la resignación feliz de Lars como cataplasma para mi enfado, salí al balcón a tomar el aire. En la calle, frente a mi casa, una pareja que acababa de celebrar el San Valentín -esa tradición espuria- se estaba peleando y yo lo achaqué a la mala leche cósmica blaugrana. Un silencio acusador se cernía sobre la ciudad.
REVOLCARSE EN EL FANGO
Los indicios de autoflagelación en clave culé se confirmaron cuando aparecieron las primeras crónicas: todos los titulares hablaban de humillación. Para muchos un 4-0 en contra, en Champions, es más que una derrota, es una humillación en toda regla, de esas que te permiten revolcarte en el fango. Poco importa que el PSG hiciera un partido casi perfecto: no, el aficionado blaugrana tiene en sus genes la propensión al drama.
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Es cierto que los jugadores no dieron una y, además, se fue adueñando del partido una sensación de impotencia que iba más allá del juego, como una onda expansiva que pronto afectó al cuerpo técnico, a los directivos, al presidente. A medianoche la depresión ya era colectiva. Llegamos a ese punto de combustión general que en Can Barça suele definirse como: “Foc nou!”. Es decir, arrasemos con todo. Por eso enseguida la memoria blaugrana se acordó de los dos disgustos más duros de la historia reciente. La final de Champions de Atenas, contra el Milan en 1994 -con derrota por 4-0 frente a los de Capello- y las semifinales contra el Bayern de Múnich del 2013 (otro 4-0 humillante). Curiosamente, la primera supuso el adiós del proyecto de Johan Cruyff, y la otra llegó con Jordi Roura, sustituto de un Tito Vilanova ya enfermo, o sea que quizá la memoria tampoco sea tan caprichosa.
VER UN FIN DE CICLO
Ya sabemos que los partidarios del “foc nou” son los mismos que, en cuanto Messi meta otro 'hat-trick' maravilloso -quizá este domingo contra el Leganés-, dirán que la temporada aun se puede salvar. Pero de momento más de uno ve en la debacle de París un fin de ciclo, la sentencia para Luis Enrique, y ha tenido que ser Guardiola quien nos recuerde que esto todavía es remontable. Me pregunto si tenemos margen de maniobra para devolverles un 4-0, y entonces mi zona lógica del cerebro me recuerda que la vuelta contra el Bayern en el 2013, nos dejó un 0-3 en el Camp Nou -otra noche de esas.
Hace unos años, cuando el Barça hizo la temporada perfecta y ganó los seis títulos, escribí un artículo que era una especie de cápsula para el futuro. Lo que decía es que cuando llegara el momento de las dudas -es decir, ahora-, debíamos preservar como antídoto el recuerdo de esos grandes éxitos. Es una cuestión de fe, dictaba mi lado del cerebro más apasionado, y citaba unos versos de Gabriel Ferrater en el poema 'Ídolos': “... éramos / el recuerdo que tenemos ahora. Éramos / esta imagen. Los ídolos de nosotros mismos, / para la sumisa fe del después”.
Es eso o, si no, que vayan renovando a Messi.
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