La tormenta blanca

El viento causó desperfectos en la estructura de la grada de Balaídos que provocaron la suspensión del Celta-Madrid.

El viento causó desperfectos en la estructura de la grada de Balaídos que provocaron la suspensión del Celta-Madrid.

DAVID TORRAS

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El fin de semana ha dejado dos temporales. El de verdad, el que ha puesto en alerta a Galicia, con una anciana muerta y varios heridos, y el de mentira, el que ha provocado el Madrid con un torrente de reclamaciones y quejas ridículas. El club ha convertido la suspensión de un partido en una cuestión de estado, como si no hubiera mañana, más preocupado de aprovecharse de las circunstancias que del sufrimiento y los problemas ajenos. Frente a ese aire poco solidario y el interés en llevar al debate a las malas condiciones de Balaídos, hubo quien no tardó en recuperar aquella chapucera imagen de la portería que se cayó en el Bernabéu y que Europa contempló entre risas durante los 75 minutos que tardaron en reponerla.    

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Se trataba de jugar o jugar, no tanto por el cuento de la falta de fechas (al fin y al cabo el que está metido en tres competiciones es el Celta) como por la ‘ventaja’ de enfrentarse a un rival con más suplentes de la cuenta condicionado por la vuelta de la Copa que, por cierto, no juega el Madrid. Total, que después de dar la vara durante horas y no salirse con la suya, algo a lo que Florentino no está muy acostumbrado, la  pataleta ha acabado derivando a un terreno mucho más pantanoso.

El diario Marca informaba de que en un clima de indignación, el Madrid apuntaba directamente a Tebas, de quien dice estar más distanciado que nunca (¿de quién estará entonces cerca?), por la incapacidad de la Liga para resolver el problema. Se quejan de que el aplazamiento adultera la competición y que ya es hora de dar el empujón definitivo a una Liga europea más a la altura de lo que merece el Madrid y los grandes clubs. Menuda tormenta.

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En el Camp Nou, todo parece en paz. No hay nada que altere al equipo, metido en su propio mundo. Los únicos vendavales se desatan cuando la pelota no está en el campo y la tiene alguien del club. Un día es Grau, otro Gratacós, el único ‘purgado’ a pesar de que, curiosamente, lo que dijo no cayó mal en el vestuario, y el último Mestre. El equipo, en cambio, habla poco o más bien nada salvo cuatro palabras después de los partidos. No hay más. Quizá no les iría mal aplicar esa ley del silencio al palco. Más que nada para ahorrarse autogoles.

En el campo, el Barça habla a su manera, que no es siempre la misma. El lenguaje del equipo ha ido variando. Cada vez son más difíciles los monólogos, aquellos largos discursos que se construían en el centro del campo con el balón, y que eran un signo de distinción. Sin Busquets Iniesta es imposible que juegue igual, pero la manera habitual de expresarse ha cambiado, obligado por el peso de las voces del tridente. Este es un Barça con menos palabras, con menos frases y más seco. Ha perdido autoridad para gobernar el juego y ha ganado contundencia. Y no le ha ido mal. Pero en algunos momentos le convendría recuperar ese punto de pausa y control. Total, siempre acabará apareciendo Messi para hacer oir su voz y dejar a todo el mundo sin palabras.