Intangibles
¿Habrá que esperar a un desastre aún mayor?
Jordi Alberich
Economista
JORDI ALBERICH
La denuncia del populismo es cada vez más ruidosa en nuestra vida pública, especialmente por parte de quienes, desde posiciones conservadoras, señalan la amenaza que representan los movimientos que, emergiendo por toda la Unión Europea, prometen soluciones simples, cuando no inverosímiles, a cuestiones de enorme complejidad. Una dinámica que, advierten, conduce al desastre. Y, sin duda, parte de razón tienen.
Bajo dicho epígrafe en nuestro país las miradas se dirigen, especialmente, a Podemos y sus diversas confluencias. Cierto que algunas de las propuestas de dicha formación política incorporan una dosis exagerada de simplismo u oportunismo, pero en no menor dosis que esas grandes verdades políticas y económicas que, desde la caída del Muro de Berlín hasta hace apenas una década, se defendieron con convencimiento desde posiciones privilegiadas. Así, entre muchos otros ejemplos, se aseveraba que con el hundimiento del comunismo desaparecerían los conflictos políticos en el mundo; que el euro se convertiría en un factor que garantizaría el crecimiento y favorecería la estabilidad; que era de personas sensatas entregarse a un crédito ilimitado para la adquisición de inmuebles pues éstos jamás perdían valor; o que unos mercados eficientes y poco regulados venían a impulsar un crecimiento que ya no sabía de ciclos recesivos. Unas verdades que, una tras otra, se derrumbaron como un castillo de naipes mostrando su enorme fragilidad.
¿No eran todas estas afirmaciones muestra de un populismo desaforado? ¿No eran lecturas simples, e interesadas, de una realidad sumamente compleja? ¿No nos llevaron a un desastre en forma de desempleo y fractura social? Por ello, los que, hoy, más arremeten contra las respuestas populistas deberían empezar por analizar el porqué de ese malestar tan arraigado en las sociedades occidentales; y, de hacerlo con objetividad, creo que la primera conclusión a la que llegarían es que para populismo genuino ese que han alimentado durante décadas.
Durante las mejoras décadas de nuestra historia, las sociedades occidentales supieron conjugar economía de mercado y conciencia social, y fue precisamente esa monumental brecha entre dicha sensatez y el sinsentido soviético la que condujo a la caída del Muro. La dinámica de ese periodo, cierto, no resulta fácil de mantener en una sociedad marcada por la globalización y la revolución tecnológica. Sin embargo, pese a todas las dificultades, no es en absoluto imposible. Pero, para ello, el primer paso consiste en adquirir conciencia del porqué de ese malestar que alimenta los movimientos populistas. Particularmente, creo que la principal dificultad radica en que desde determinadas élites persiste el no querer asumir ninguna responsabilidad en el desastre. ¿Habrá que esperar a un desastre mayor?
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