La inestabilidad del Ayuntamiento
Ada Colau, arma de doble filo
El indiscutible atractivo político de la alcaldesa convive con la falta de un discurso consistente, emotivo e ilusionante de la ciudad
Jordi Mercader
Periodista.
JORDI MERCADER
Barcelona se gobierna en minoría desde el 2006 y desde entonces ningún alcalde ha logrado ser reelegido. ¿Es el futuro que le espera a Ada Colau? La alcaldesa pasa por un momento delicado: no pudo aprobar el Programa d'Actuació Municipal, ni las ordenanzas fiscales ni ahora el presupuesto para el 2017 y tiene pendiente una moción de confianza además de la amenaza de una moción de censura, que viene a ser lo mismo.
Colau es víctima de una aritmética electoral que configuró un pleno laberíntico, convertido en ingobernable por la línea roja dibujada en las instituciones por los partidos independentistas. Paradójicamente, la misma geometría que impide pactos a su favor la blinda contra alianzas en su contra.
SATISFACCIÓN DE LOS BARCELONESES
La cuestión, pues, no es que la vayan a echar de la alcaldía en enero, sino que el conflicto político en el plenario y el ruido mediático asociado es un obstáculo para capitalizar la obra de gobierno. Este es primer paso para perder unas elecciones, aunque el barómetro refleje la satisfacción de los barceloneses por su gestión.
Es cierto, hay una gestión muy de acuerdo con sus planteamientos ideológicos, concretada, básicamente, en el gasto social, aumentando de los 180 millones del último presupuesto de Trias a los 330 actuales. En el ámbito de la vivienda, están cambiando la tendencia regresiva del parque público de pisos de alquiler social de los últimos años. Además, han reiniciado la reforma urbana en los barrios y han puesto en marcha el plan del Besós. Pero el lío político lo oscurece todo.
POCA HABILIDAD EN LA NEGOCIACIÓN
Las desgracias no son todas atribuibles a la composición del pleno o al mérito de la oposición. Tan verdad es que sus adversarios no quieren pactar con ellos para empujarlos al abismo como que los 'comuns' han demostrado poca habilidad en la negociación. Gerardo Pisarello aludió a un exceso de doctrinarismo y tenía razón. También las discrepancias entre concejales adscritos a los distintos partidos de BC han ayudado a crear una imagen de falta de autoridad cuando no de competencia interna: las dudas en la 'superilla', el patinazo con el cierre del zoo, la crisis del 'top manta'; incluso la idea de la remunicipalización de la compañía del agua o la creación de una funeraria pública tienen en común un punto de improvisación poco apropiado para ganar en credibilidad.
De todas formas, nada de lo que pasa en el ayuntamiento se entendería sin considerar la personalidad de Colau. Un arma de doble filo. La inestabilidad municipal provocada por el acoso de la oposición se explica, en parte, como un ataque preventivo a las expectativas electorales adjudicadas a la alcaldesa en otros ámbitos. Por otra, su indiscutible atractivo político ofrece a la ciudad una magnífica plataforma de proyección mediática, aunque ella, a menudo, la invierte en su militancia como activista humanitaria y justiciera universal. Tal vez para disimular su gran déficit, porque Colau no dispone aún de un discurso consistente, emotivo e ilusionante de Barcelona.
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