Rufián: el triunfo de Trump
Los discursos primarios ilustran el descrédito de la política: profesionales ávidos de notoriedad pero incapaces de resolver nuestros problemas
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
A lomos de la crispación y del estrépito de las redes sociales, el diputado de ERC Gabriel Rufián ha conquistado un papel protagónico en el circo político. Por su ensañamiento con el sector abstencionista del PSOEPSOE en la investidura de Mariano Rajoy muchos lo han ungido villano oficial, mientras el independentismo, por convicción o gremialismo, cierra filas y le ríe las gracias.
Era Rufián un perfecto desconocido hasta que un asesor de Oriol Junqueras reparó en las reyertas que libraba en Twitter. Sus celebradas ocurrencias, junto a su condición de independentista castellanohablante, lo catapultaron en el universo de ERC hasta convertirlo en cabeza de cartel. Lo nunca visto.
Guste o no, lo cierto es que Rufián no engaña. Puede resultar irritante con sus aforismos de 140 caracteres, su deslavazada tautología y sus espasmódicos zarpazos… Pero es lo que aparenta ser. Es el suyo un discurso prepolítico y primario, sin significados ocultos: no dice ‘a’ para que se entienda ‘b’ y así lograr el objetivo ‘c’. Las consignas, escasas, son el mensaje.
Pese a las iras que desata, el diputado republicano no es la fuente de los males de la política contemporánea; sí uno de los síntomas que la ilustran. Como Pablo Iglesias cuando divisa “delincuentes potenciales” entre los diputados. Como Rajoy cuando se toma a choteo el ‘sms’ que envió a Luis Bárcenas. Como Pedro Sánchez cuando denuncia presiones empresariales que calló mientras conservaba el cargo.
SIN SOLUCIONES
Para combatir el descrédito de la política, los políticos deberían esforzarse en dignificarla en vez de camuflarse fingiendo que no lo son. Prescindiendo de la pedagogía, indispensable en democracia, buscan notoriedad a golpe de titular en la tribuna, en televisión o en las redes. Y hablan siempre de sus disputas y problemas, no de los nuestros. Tal vez sea su modo de decirnos que no tienen soluciones.
Sin el rechazo que el ‘establishment’ político suscita en EEUU, un magnate machista, racista y faltón como Donald Trump jamás hubiera optado a la Casa Blanca. Ojalá pierda la carrera presidencial, pero, desafortunadamente, su estilo ya ha triunfado en nuestros lares.
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