Bach y los políticos
El maravilloso sonido de una orquesta, el efecto multiplicador de los violines que nos llena el alma de emoción, se produce gracias a una multiplicación de fallos humanos.
Juan Carlos Ortega
por juan carlos ortega
El otro día, oyendo la radio, tuve el mayor desconcierto de mi vida. Estaba sonando la partita para violín número 2 de Johann Sebastian Bach y se me ocurrió algo que, a primera vista, parecía extraordinario. Pensé que si aquel altavoz emitía el sonido de un único violín, tan solo tendría que sintonizar muchas radios a la vez para escuchar algo parecido a una gran orquesta. Después de todo, si 30 violinistas tocando exactamente lo mismo en la filarmónica de Berlín generan el sonido característico de una orquesta, ¿por qué no iba a conseguir yo el mismo efecto escuchando simultáneamente 30 radios emitiendo la música del mismo violín? Lógico, ¿no?
En casa solo tengo cinco radios. Así que fui a pedir transistores a mis vecinos. Antes de que terminara el segundo movimiento de la partita de Bach, ya me había hecho con los 30 aparatos necesarios para mi experimento. Nervioso, fui sintonizándolos todos, pero mucho antes de terminar me di cuenta de la triste realidad. Por muchas radios que encendiera, aquel violín no iba a multiplicarse. Seguía siendo siempre un único instrumento, aunque cada vez a mayor volumen. Entonces, maldita sea, ¿por qué los 30 violines sí que parecen 30 violines y no uno solo aunque estén tocando exactamente lo mismo?
La respuesta es muy sencilla y todos ustedes ya la habrán deducido. Aunque los músicos de la filarmónica están tocando lo mismo, notas iguales a idéntico ritmo, lo cierto es que ningún violín está afinado exactamente igual. Hay siempre pequeños errores, tan diminutos que ni el oído de un músico experto es capaz de percibir. Cada violinista afina su instrumento buscando la perfección, pero es humano y jamás la logra de modo absoluto. El maravilloso sonido de una orquesta, el efecto multiplicador de los violines que nos llena el alma de emoción, se produce gracias a una multiplicación de fallos humanos.
Pero la radio no falla. Cada uno de los 30 transistores que tenía en casa emitía exactamente la misma nota con idéntica afinación. El resultado: un único violín a todo volumen.
Digo todo esto porque últimamente se habla mucho de la división interna en ciertos partidos políticos y se debate acerca de si es bueno que haya en ellos voces discordantes. Unos aseguran que los desacuerdos enriquecen, mientras que otros afirman que ir todos a una es la única estrategia eficaz.
Si algo me enseñó mi absurdo experimento de las 30 radios es que, para crear el maravilloso sonido de la filarmónica de Berlín, todos los intérpretes deben estar tocando 'casi' lo mismo. Y es ese 'casi', sutil, imperceptible, lo que aleja a un verdadero partido político de sus dos monstruosidades opuestas: una estructura de mármol o una sinfonía interpretada por músicos borrachos.
Señores políticos, no sean ni una cosa ni la otra: no piensen todos igual ni piensen todos distinto. Simplemente, piensen 'casi casi' de la misma manera.
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