Clase media por copas
La campaña del 'no' tuvo la oreja más pegada a la caslle que los partidarios de permanecer en la UE
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Callejeando por Londres se respira, quieras que no, bastante preocupación por las incertidumbres que ha traído consigo el ‘brexit’. Algunas librerías del centro, las de Charing Cross, tienen dedicado un voluminoso altar a las novedades editoriales en torno a la salida de la Unión Europea, mientras los tertulianos siguen devanando en las teles los porqués del descalabro tras el referéndum.
Sin embargo, lejos de la postal del centro se palpa mejor la vida. La verdad siempre anida en los zapatos y en el barrio. En un pub del East End, donde preparan ‘fish and chips’ casero, el pescado rebozado y las patatas fritas de toda la vida obrera, el dueño bromea con un parroquiano sobre el significado de los nuevos billetes de cinco libras, de plástico -para que sobrevivan al centrifugado de la lavadora-, con la efigie de sir Winston Churchill y su mítica frase durante la segunda guerra mundial: : “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” (‘blood, toil, tears and sweat’). ¡Ah, la vieja Inglaterra, de nuevo sola ante el mundo!
Muy cerca del pub, un artista callejero ha estampado sobre una pared un grafiti que encierra en sí mismo más sentido que todo un tratado de sociología: una copa, con su pie y su cáliz dibujados con trazos muy simples, y la leyenda ‘middle class by the glass’, que encima rima. “Clase media por copas”, de tinto o blanco, como el vino que se despacha en los bares. Eso es lo que viene sucediendo, la desaparición del Estado del bienestar a dosis pequeñas, poco a poco, a sorbos lentos pero inexorables. Bebe y olvídate de lo que hubo.
La campaña del ‘no’ tuvo la oreja más pegada a la calle que los partidarios de permanecer en la UE. La campaña del ‘no’ debió de trotar lejos de la burbuja londinense, por Leeds o Ludlow, pongamos por caso, ciudades donde la globalización de la economía ha precarizado el empleo del trabajador blanco en las fábricas. Sueldos bajos, contratos basura y sin sentimiento alguno identitario que amalgame el ‘pudding’. La campaña del ‘no’ se basó en mentiras pero sí tenía quien las escuchara.
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