Al contrataque
El ciclo de la vida
El ciclo entero de la vida está en cualquier cafetería. Los fines de semana salgo a comprar el desayuno para mis hijos, lo cual es, en realidad, una excusa para salir a zascandilear por el barrio
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
El ciclo entero de la vida está en cualquier cafetería. Los fines de semana salgo a comprar el desayuno para mis hijos, lo cual es, en realidad, una mera excusa para salir a zascandilear por el barrio. En estas excursiones prefiero no ir acompañada. Hay cosas que solo se pueden hacer bien en solitario. Creo que pasear es una de ellas.
El domingo pasado, de repente, a mitad de mi expedición, se pone a llover y corro a resguardarme en una cafetería.
Hay bastante gente. Una madre intenta calmar a su hijo pequeño que, sentado en un carrito, llora histéricamente mientras su hermana, algo mayor, se pone perdida de chocolate y sonríe impávida mirando al horizonte como una princesa de cuento. La madre intenta enchufarle el chupete al pequeño, como quien intenta cerrar un grifo, sin demasiado éxito.
En la barra hay un grupo de chicos adolescentes, llevan sudaderas y deportivas, bromean, se empujan y se abrazan riendo con estrépito. Les deseo que sigan abrazándose así hasta la edad adulta, con la misma alegría y falta de pudor y camaradería (un tipo de abrazo que sólo se da entre hombres, los abrazos entre mujeres son otra historia).
Entonces, entra una pareja de bien (o de mal) con su bebé, van vestidos prácticamente iguales, mucho azul marino y 'beige', mucho 'cashmere', mocasines un poco demasiado relucientes para resultar elegantes, manoletinas con brillos. Los dos van muy bien peinados. El bebé, monísimo, también es 'beige'. En un momento que su familia está de espaldas, veo al padre resoplar, el flequillo se le despeina imperceptiblemente. Me pregunto cuánto tiempo tardarán en estrellarse, o si les habrá tocado la lotería y podrán seguir viviendo siempre tan conjuntados, con la misma certeza de acero en la mirada.
REGALAR FLORES
En la mesa de la izquierda hay un hombre joven con un gran ramo de margaritas y rosas amarillas. A pesar del poco acierto en la combinación de las flores (recomendación, seguro, de una florista amargada), la mayoría de las mujeres le miran y sonríen. Hay que ser muy anticuado o que estar muy enamorado para regalar flores. Deseo que el joven desconocido esté enamorado hasta los huesos.
En un rincón, dos hombres desayunan con su anciano padre que va en silla de ruedas. Los dos se entretienen a ratos con el móvil. La vida sin móvil sería casi tan horrorosa como la vida sin vino. Intento recordar si alguna vez fui a desayunar con mi madre cuando ya estaba en una silla de ruedas. A continuación pienso en a cuál de los dos hombres (los dos muy apuestos) me ligaría, si al que toma la mano de su padre y la acaricia con suavidad o si al que está en frente.
Salgo de la cafetería. Ha dejado de llover. La vida sigue abierta de par en par.
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