Editorial

Las sombras del alto el fuego en Siria

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Antes de que el alto el fuego en Siria -acordado por Estados Unidos y Rusia- entrara en vigor ayer por la tarde, ya había diversas señales que permitían poner en duda el éxito de la tregua. En los cinco años que dura la guerra, todos los esfuerzos por acallar las armas han sido vanos. El número de muertos ha ido creciendo. El de refugiados, también. Varios mediadores han aparecido y desaparecido de la escena arrastrados por el fracaso, mientras el laberinto de conflictos e intereses sobre aquel desagraciado país se ha hecho más tupido. El último alto el fuego impuesto por las grandes potencias no es sinónimo de paz y posiblemente ni siquiera de fin de la violencia aunque es lo mínimo que habría que exigir, especialmente cuando en esta guerra la población civil y en particular centros como escuelas y hospitales no han sido daños colaterales -lo que ya es condenable y repugnante-. Han sido atacados deliberadamente por la conjunción de fuerzas del tirano de Damasco y la aviación rusa, mientras el yihadismo subyuga a la ciudadanía en las zonas que controla.

De este alto el fuego resulta clara la salvación de Bachar el Asad y la aceptación que ha tenido que hacer EEUU de la pervivencia del tirano. Por ello aquellas fuerzas rebeldes no islamistas a las que Washington había apoyado y armado se sienten ahora traicionadas y en cierto modo amenazadas. Son el eslabón más débil en el campo de batalla y están entre dos fuegos, el del yihadismo y el de Damasco y su aliado ruso.