DEL 'BREXIT' AL 'PROCÉS'

¿El fin del Reino Unido?

El factor decisivo que puede romper el país no es solo interno sino que tiene una dimensión europea

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ALBERT BRANCHADELL

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En su libro Reinos desaparecidos, publicado en el 2011, Norman Davies pronosticó la desaparición del Reino Unido. Para el historiador británico, la pregunta no es si el Reino Unido se desplomará sino cuándo y cómo lo hará. Y su respuesta a esas dos preguntas podría hacerse realidad en los próximos tiempos.

Por un lado, Davies ve un factor de ruptura en la retroalimentación entre el resentimiento inglés hacia las "periferias", beneficiarias de unos supuestos privilegios que rompen la igualdad de todos los británicos, y el nacionalismo creciente de esas periferias, particularmente incisivo en Escocia. Pero el factor decisivo que puede precipitar la ruptura del Reino Unido tal como lo conocemos hasta ahora no es exclusivamente interno sino que tiene una dimensión europea. Según Davies, la cerilla que puede encender la mecha no es otra que la demanda de los euroescépticos ingleses de abandonar la Unión Europea, concretada en el referéndum prometido por David Cameron en las elecciones generales del 2015. En el 2011 Davies no podía adivinar la fecha exacta del referéndum, pero sí tenía muy claro que esa demanda iba a producirse y que una victoria de los euroescépticos tendría el efecto de enfurecer a los eurófilos escoceses, galeses y norirlandeses. En el caso de Escocia, Davies sugirió que con un referéndum planteado en términos de "abandonar el Reino Unido pero permanecer en la UE" las probabilidades de victoria del SNP aumentarían enormemente. Y que una vez que Escocia estuviera fuera del Reino Unido no pasarían más de 10 o 20 años hasta que Irlanda del Norte diera el mismo paso. (En este sentido, no hay que olvidar que el Acuerdo de Paz de 1998 reconoce sin ambages que corresponde al pueblo de la isla de Irlanda, Norte y Sur, ejercer su derecho de autodeterminación para conseguir una Irlanda unida.) En esa tesitura, la ulterior marcha de Gales sería solo una cuestión de tiempo. Inglaterra quedaría reducida a lo que es la Serbia posyugoslava o la Austria surgida del colapso del Imperio Austrohúngaro.

En un mitin celebrado hace poco en Santa Coloma de Gramenet, el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, refiriéndose al procés catalán, sostuvo que hay que sentarse a dialogar, porque "nada es eterno para siempre, salvo estar juntos". Si Norman Davies hubiese estado en Santa Coloma, habría corregido a Zapatero: nada es eterno, ni siquiera estar juntos. Como dice Davies en su libro, tarde o temprano todos los estados se desploman. La pregunta, entonces, es cómo y cuándo se desplomará la España que conocemos actualmente.

El desencuentro entre la España castellana y las periferias es palmario. Pero no parece que ese desencuentro histórico, reiterado y acentuado desde que gobierna el PP, sea un factor suficiente para precipitar ninguna ruptura. En el caso catalán, esa circunstancia quedó demostrada en las elecciones del 27 de septiembre del 2015. En el cénit del desencuentro, solo el 48% de los votantes optaron por la independencia de Catalunya -un porcentaje a la vez inaudito e insuficiente-. En el caso hipotético de que un Gobierno de Podemos pudiera convocar una consulta legal, tampoco es evidente una victoria arrolladora del sí a la secesión. Así pues, hay que preguntarse si en España puede haber un catalizador externo que acarree una ruptura que el independentismo catalán, por sí solo, parece incapaz de obtener.

¿Hay un desacuerdo entre la España castellana y Catalunya respecto del proyecto europeo? Sociológicamente no puede decirse que existan diferencias insalvables entre catalanes y españoles. Hay quien cree que los catalanes son mucho más europeístas que los españoles. Si atendemos a los datos, la verdad es más bien al revés. En las elecciones europeas el índice de participación suele más bajo en Catalunya que en el conjunto de España (en tres ocasiones fue siete puntos menor). La única excepción fueron las elecciones del 2014, en las que la participación catalana superó en casi cuatro puntos la española, no porque hubiese un rebrote súbito de europeísmo sino porque era la primera vez que se podía votar a favor de la independencia. En el caso del referéndum para la Constitución europea del 2005, la participación catalana también quedó por debajo de la media española, y el apoyo al tratado fue claramente inferior (77% de síes en España y 65% en Catalunya). Políticamente, por otra parte, el euroescepticismo español es inexistente. En cambio, en Catalunya existe un partido votado por más de 300.000 catalanes que en sus programas electorales "rechaza formar parte de la Unión Europea, el euro, la OTAN y el Euroejército". En definitiva: España se desplomará, como se desploman todos los estados, pero ahora mismo no parece que existan factores internos ni externos que permitan augurar un desplome inmediato.