opinión

Sábado noche

Pedro Sánchez, durante el debate de investidura.

Pedro Sánchez, durante el debate de investidura. / periodico

MARC PÉREZ-SERRA

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El debate de la no investidura Pedro Sánchez terminó como ya se había anunciado. El líder del PSOE, después de la segunda votación del viernes, pasará a la historia como el primer candidato a la presidencia del Gobierno de España que pierde un debate de investidura. Solo Mas en Catalunya lo iguala en tamaña gloria.

Pero lo más chocante del debate del miércoles, que no importante o relevante, fue el espectáculo que nos dieron sus señorías desde el hemiciclo durante el debate. Tal como en un plató televisivo, los jóvenes protagonistas juguetearon en sus escaños como lo hacen habitualmente en las tertulias patrocinadas por los amos de los media. Tanto han crecido en el medio televisivo que, cuando los han soltado en el Congreso y han visto cámaras a su alrededor, han creído que todo cuanto había a su alrededor no era más que un decorado y han tirado de su oficio de tertuliano. Salvo Rajoy, que no pertenece a esta generación de políticos de sábado noche, los otros tres ofrecieron un show de máxima audiencia. Como el tridente del Barça, que son distintos entre sí pero se complementan, se buscan y cuando juegan los tres juntos no hay espacio para nadie más.

El griterío, los insultos, una determinada chabacanería de poca monta, un exceso de gesticulación que nunca viene a cuento, y un impostado posado de estadista, que da más risa que otra cosa, son los ingredientes básicos con los que han ido creciendo estos últimos años el tridente político televisivo. Y eso es justamente lo que nos ofrecieron en el debate de investidura. Un modelo de televisión basado en hacer algo que se asemeje a la política. Poco más. Con besos y abrazos fuera de lugar. Aspavientos en edad de crecimiento. Demostraciones de poco, más que de mucho. Más de marketing político que política, en definitiva.

Ver a los Sánchez, Rivera e Iglesias en sede parlamentaria, agitándose, poniendo cara de estadistas y nombrando a Churchill es, a ratos, un ejercicio parecido a ver a niñas practicando con los juegos de la Señorita Pepis.