El candidato viral

Donald Trump parece inscribirse en la tradición del pistolero cuya leyenda aumenta con sus víctimas

El republicano Donald Trump, en un mitin en Michigan el pasado lunes.

El republicano Donald Trump, en un mitin en Michigan el pasado lunes.

JUAN VILLORO

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Bufón del capitalismo tardío, Donald Trump es un multimillonario cuyo mayor activo es el capricho: convencido de que el planeta está en venta, jamás contratará a un peluquero que valga la pena. En su extraña biblia de autoayuda, 'TRUMP: The Art of the Deal', encomia el valor publicitario de la extravagancia. Cuando alguien llega a una reunión, se fija en la persona más rara. Lo mismo se aplica a la prensa: lo peculiar es noticia: «Hablen de mí, aunque sea bien». Para Trump, toda publicidad es una buena publicidad; en tiempos de redes sociales, su impacto viral resulta incontenible.

Guy Debord habló de la «sociedad del espectáculo» como un mundo donde las representaciones sustituyen a las realidades y los simulacros a los hechos. Sería deseable vivir en un ámbito circense donde las figuras públicas tuvieran que esforzarse al máximo en ser notadas, pero habitamos una época del tedio donde Trump puede ser la persona más notoria en un debate.

Desde hace cinco meses recorre Estados Unidos con una trágica noticia, «El sueño americano ha terminado», mientras reparte insultos a sus contrincantes. La cortesía carece de valor en su mercado. Sobre la precandidata demócrata Hillary Clinton dijo: «¿Cómo va a ser satisfactoria para un país si no ha podido satisfacer a su marido?». Otro de sus libros de superación personal lleva el módico título de 'Piensa en grande y patea traseros en los negocios y en la vida'.

Un triunfador y un patán

El precandidato republicano parece inscribirse en la tradición del pistolero cuya leyenda aumenta con sus víctimas. Ante el descrédito de los políticos convencionales, encarna un doble ideal: es un triunfador en un país que rinde pleitesía al dinero y un patán que trata a los políticos como se merecen. Vocero de una injuriosa utopía monetaria, sugiere que si los billetes calificaran a sus usuarios, hablarían como él.

Su gestión económica está lejos de ser impecable, pero el cierre de sus casinos, la venta de derechos para organizar el concurso de Miss Universo y sus altibajos inmobiliarios son borrados por su exhibicionismo. La fortuna de Trump es como su pelo: existe para ser notada. Tener más de tres mil millones de dólares no es poca cosa, pero él los tiene para celebrarse a sí mismo con narcisismo empresarial: sale de la Trump Tower en Nueva York para tomar el Trump jet rumbo al Trump Ocean Club en Panamá.

El dinero patrocina delirios y uno de los más peculiares es el ego del empresario nacido en 1946, en Queens, Nueva York. Su avidez sintoniza con la de los medios de comunicación; es el perfecto anfitrión de programas sobre la supervivencia del más apto en jungla de la economía. En 1987, Michael Douglas encarnó al despiadado Gordon Gekko en la película 'Wall Street', dirigida por Oliver Stone. El lema de ese especulador era: 'Greed is good' (La avaricia es buena). El capitalismo ha pasado de la ética protestante estudiada por Max Weber a la más descarada competitividad, de la que Trump es emblema (por si aguien duda de sus valores, las puertas de sus edificios tienen marco de oro).

Faraón de la edad mediática, Trump logra que las inauguraciones de sus pirámides en condominio tengan máxima cobertura. Cuando apareció como personaje en 'Los Simpson', ofreció un espectáculo redundante: en la vida real ya era una caricatura.

Fantoche de la política

El visionario y paranoico Philip K. Dick temía y admiraba la originalidad de Gaddafi, capaz de ir a la guerra vestido como bailarín de discoteca. Trump pertenece a ese rango de fantoches de la política, lo cual quiere decir que debe ser tomado muy en serio. La principal lección de los delirantes es que pueden cumplir sus objetivos.

El núcleo duro de su propuesta es el nacionalismo, limitación humana que parecería superada en tiempos de globalización, pero que ha encontrado diversas formas de resurgir en el nuevo milenio. En nombre del arraigo a las raíces, el nacionalismo desprecia al otro y disfraza la exclusión de causa popular.

Trump ha encontrado a sus adversarios en los hispanos y los musulmanes. Su discurso racista contraviene la historia de un país de inmigrantes como es EEUU. Curiosamente, esto lo hace todavía más atractivo para sus feligreses: el nacionalismo nunca quiere este país; quiere otro país.

La meta de Trump consiste en gobernar una nación conjetural que ya existe bajo su mata de pelo. ¿Hasta dónde llegará? El interés que despierta no ha remitido. ¿Es seguido por morbo, temor o admiración?

Habitamos la infancia de la era digital. Sabemos que algo se reproduce, pero ignoramos las razones. El hábitat perfecto para un virus político.