El 'no proyecto' de Cameron

ROSA MASSAGUÉ

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Margaret Thatcher la hundió su postura sobre Europa. Suya es aquella célebre frase pronunciada y repetida muy enfáticamente: “Quiero que me devuelvan mi dinero”. Pero nunca convocó un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido al proyecto europeo. O su salida. David Cameron, de la misma familia política, por el contrario ha hecho de la consulta uno de los principales ejes de su segundo mandato.

La diferencia que explica comportamientos políticos tan opuestos se llama proyecto. El de la dama de hierro era la revolución conservadora. Thatcher quería cambiar Europa y el mundo. Quería acabar con el credo socialdemócrata de la posguerra al que incluso muchos conservadores europeos, incluso los de su propio partido, se habían adherido. Su proyecto neoliberal resultó tan potente, tan bien trabado y tan internacional -con la inestimable ayuda de Ronald Reagan- que aún hoy padecemos las consecuencias.

El proyecto de Cameron es muy distinto. Es el que tienen la mayoría de políticos que nos gobiernan aquí y en todas partes y que es transfronterizo, que va más allá de las ideologías. Es simplemente el de conservar el poder recurriendo para ello al cortoplacismo. Es el gobernar en función de lo que dicen cada día las encuestas. En realidad, es un ‘no proyecto’. Es simplemente un ejercicio de funambulismo político en el que las esencias ideológicas aparecen cada vez más difuminadas.

Al primer ministro británico le empezaron a temblar las piernas cuando un tal Nigel Farage se envolvió con la Union Jack. Haciendo uso del patriotismo más rancio, aquel del león británico siempre rugiente, empezó a pescar en aguas del partido conservador (y también del laborista). Todos los males británicos vienen de Bruselas, es decir del continente, según este eurodiputado que tiene precisamente en el corazón de las instituciones europeas, en el Parlamento de Estrasburgo, la mayor tribuna desde la que poder difundir regularmente sus ideas xenófobas y su nacionalismo apolillado.

CRISIS DE LAS MIGRACIONES

Las exigencias británicas para renegociar la pertenencia del Reino Unido en la UE modificando a la baja lo que es hoy la Unión llegan ahora a la cumbre europea, concretamente a una cena de los líderes, y Cameron ya se ha puesto la venda antes de la herida. Ha avisado que no espera que sus demandas sean aceptadas en esta cumbre como quería para poder acelerar la convocatoria del referéndum. El presidente de la Comisión, Donald Tusk, pone el mes de febrero como fecha. Las peticiones británicas encuentran muchas resistencias y Cameron ya ha revisado sus objetivos provocando acusaciones de debilidad por parte de los siempre belicosos tabloides.

La ambigüedad se ha instalado en el debate. En la parte británica, desde luego, pero también en la comunitaria, incapaz de dar respuesta a las urgencias que se le amontonan. Si Cameron adolece de proyecto, otro tanto le ocurre a la UE. La crisis de las migraciones, ya sean por motivos económicos o políticos, lo demuestra y no es casual que este sea el punto más contencioso de las exigencias británicas.