París no debe ser Copenhague
José María Baldasano
Catedrático emérito de Ingeniería Ambiental de la Universitat Politècnica de Catalunya-BarcelonaTech (UPC). Experto del IPCC y premio Rey Jaime I de Medio Ambiente.
JOSÉ MARÍA BALDASANO
Expectación, ilusión, incertidumbre, desconfianza, pero sobre todo necesidad. La semana que viene tenemos una nueva Cumbre del Clima en París llamada COP21, como cada año en esta época desde 1995 en Berlín, y necesitamos ya tomar decisiones, y especialmente llevarlas a término. No es tiempo de lamentarse. En la reunión de Copenhague en el 2009 se hubiera tenido que llegar a un acuerdo que sustituyera al Protocolo de Kioto, cuya duración se extendió hasta el año 2020 en la Cumbre del Clima de Doha en el año 2012.
El objetivo principal de la cumbre de París es llegar a un acuerdo internacional que defina el marco de reducción de los gases que están provocando el actual cambio climático -el ya demasiado famoso dióxido de carbono, pero también el metano, el óxido nitroso y otros gases de efecto invernadero- en cantidad suficiente para evitar que la temperatura media del planeta no aumente más de 2 grados centígrados, objetivo definido políticamente y no científicamente. Pero la cruda realidad es que la temperatura ya ha aumentado casi un grado, con lo que el margen para reaccionar es cada día más limitado y urgente. Eso implica tomar como medidas principales dejar de usar lo antes posible los combustibles fósiles como fuente básica de energía, aumentar la eficiencia energética y revisar y modificar los patrones de movilidad. Pero no únicamente eso: las decisiones a tomar implican cambiar radicalmente el actual modelo socioeconómico energético. El modelo de sociedad que emergió a finales del siglo XIX ya ha hecho su recorrido, y debemos pasar a otro nuevo en el que prioricemos la calidad sobre la cantidad. Las ideas y las tecnologías para ello ya están entre nosotros.
Mayores esfuerzos
La dinámica para llegar a un acuerdo, que no sería de aplicación hasta el año 2020, se está basando en una estrategia en la que cada país ha presentado de forma voluntaria -tipo barra libre- su propuesta de reducción, lo que ha ayudado de forma muy importante. Todos los estados llegan a París con sus propuestas de reducción, lo que debería facilitar la toma de resoluciones y el acuerdo final. Afortunadamente, la respuesta a este esquema ha sido muy positiva, pero las cantidades de reducción, así como los plazos de aplicación y el año de referencia, son demasiado conservadores e insuficientes. Los esfuerzos deben aumentar sustancialmente.
Hay un sentimiento bastante general de que habrá acuerdo, aunque hay cuatro factores principales que van a determinar el éxito de la cumbre: 1) si el acuerdo es vinculante o voluntario; 2) que se definan unos niveles de reducción de emisiones suficientemente elevados y en plazos de tiempo menores; 3) una ayuda financiera adecuada, y 4) que sea revisable. Los dos principales países emisores, China y Estados Unidos, han llegado ya a acuerdos bilaterales, lo que lleva a ser optimista. De todas maneras, en este momento lo importante es que haya un acuerdo que al menos cubra mínimos y que ayude y mejore la gobernanza mundial, pues lo que nos estamos jugando es mucho aunque solo sea por el egocentrismo de la especie humana.
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