La rueda
Miedo al miedo
A menudo se olvida que los musulmanes son la principal víctima del Estado Islámico
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Hablemos a calzón quitado: si los muertos se apelotonan en un mercado de Bagdad o en la ciudad vieja de Alepo, importan bastante menos, por no decir un comino. Apenas son ruido de fondo, la banda sonora desoída mientras dura el apaño de la cena. Y, sin embargo, la comunidad islámica es la principal víctima de ese engendro diabólico llamado Daesh: según un informe de la ONU, la barbarie del Califato fue responsable directa de la muerte de 10.000 civiles iraquís en los primeros ocho meses del 2014.
El asunto cambia si la sangre se derrama en París, a solo seis horas en AVE. Es entonces cuando la señorona adormilada de Europa mueve el trasero y reacciona con medidas fruto del calentón emocional: bombardeos indiscriminados, blindaje de fronteras, registros sin autorización judicial, arrestos domiciliarios, tal vez brazaletes electrónicos como viejas estrellas de David sobre fondo amarillo. Disposiciones que priman la seguridad muy por encima de la libertad y que, sobre todo, fomentan la islamofobia, el rechazo a los refugiados, las miradas de reojo al moro, la sospecha, más contagiosa que el virus de la gripe. «He empezado a tener paranoias, y yo no soy así», confesaba el otro día una parisina en un informativo de la tele. En verdad, lo único que deberíamos temer es al mismo miedo.
Por el camino se olvida que Occidente es en gran parte responsable del desaguisado: respaldó a grupos extremistas en Oriente cuando le convino por razones geopolíticas, comercia con armas y hace la vista gorda con Arabia Saudí, que financia al Estado Islámico y es la principal beneficiaria del caos con el fin de mantener su hegemonía sobre los recursos petroleros de la región. Tampoco hemos sabido tomarle el pulso a la banlieue, al extrarradio donde se solapan las desesperanzas.
Si París era una fiesta, como escribió Hemingway, fue porque allí se respiraba libertad.
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