Las claves del obispo Omella
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
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El Vaticano ha vuelto a la finezza. El nombramiento de Juan José Omella como nuevo arzobispo de Barcelona responde con nota a casi todos los retos. Es un prelado que habla catalán puesto que nació en Cretes, en la comarca del Matarranya, administrativamente y eclesialmente territorio aragonés. Es un hombre discreto, en lo político y en lo eclesial. Forjado a la sombra de Elías Yanes -el último vestigio del taranconismo en la democracia-, ascendió durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI sin renunciar a su opción preferencial por la atención social. De hecho, las pocas declaraciones que se le conocen versan sobre la pobreza y no sobre el aborto. En eso es una calca del papa Francisco que ya lo señaló como uno de los suyos a su llegada al Vaticano cuando le nombró miembro de la Congregación de los Obispos a pesar de ocupar una diócesis modesta como la de Logroño-Calahorra.
El nombramiento de Omella deja pocos argumentos a la oposición. Desde el catalanismo, no se puede negar que se ha sido sensible a la cuestión de la lengua como hizo en su momento con la designación de Carles. Desde el progresismo, es indudable que el nuevo prelado profundizará y pondrá en valor la labor de Caritas y de tantas otras entidades católicas que gozan de respeto y prestigio en el Tercer Sector. Desde la política, queda claro que el Vaticano ha roto el vínculo de la última década entre Rouco y el PP -que quería colocar a Cañizares en Barcelona- y apuesta por la discreción política como la que ha gastado el cardenal Martínez Sistach sabiendo preservar la neutralidad institucional sin limitar la libertad de expresión de ningún miembro.
Diplomacia vaticana
De la llegada de Omella se desprende el diagnóstico de la situación catalana por parte de la diplomacia más antigua: el soberanismo ha llegado para quedarse aunque no se imponga y la prioridad en Barcelona es la situación de emergencia social que puede decantar el futuro. Han mirado antes a Colau que a Mas. El gran legado de Martínez Sistach es el impulso de la Sagrada Família, la catedral del pobres. Omella pretende que la llenen.
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