Crisis humana en Europa
La acogedora revolución ciudadana
La red de municipios refugio debe exigir a la UE gestionar también fondos destinados a la migración
David Llistar
Director de Justicia Global y Cooperación Internacional del Ayuntamiento de BCN.
DAVID LLISTAR
La tragedia de sirios, afganos, eritreos y ucranianos que huyen del infierno de sus ciudades, sumada a la de quienes escapan de la pobreza, remueve algunas placas tectónicas en el Estado español y en la UE. El temblor abre grietas peligrosas, pero puede servir para destruir ciertos muros. En la Europa de los valores democráticos, muros antes invisibles se perciben en cada naufragio en el Mediterráneo, en un camión refrigerador, en un joven asfixiado en una maleta o en un niño ahogado con la cara en la arena. Los muros no son solo los millones de euros asignados a Frontex con sus alambres de espinos o guardacostas militares, o las rácanas cuotas de acogida de refugiados negociadas por Rajoy. Son también las palabras de quienes dicen «aquí no cabe más gente, y menos con la crisis», o de los que afirman que el «top manta es mafia» o azuzan el miedo al extraño ante una amenazadora plaga de emigrantes.
Sin embargo, otras placas tectónicas destruyen esos mismos muros. Tras la ágil propuesta de Ada Colau de responder con una red de ciudades refugio y la reacción de la gente, se respiran aires de ilusión colectiva. A la propuesta se han adherido Madrid, Valencia, El Prat, Badalona... y es probable que continúen sumándose a la red ciudades españolas y del resto de Europa. La propuesta surge para superar la política de la retórica vacía, para corresponsabilizarse de la situación de las familias sirias y de otros países. Pero también sirve como frente de confrontación democrática con la lógica del Gobierno español, que cierra la llave de paso de los refugiados junto a otros gobiernos de la liga de los mezquinos, como el de la Hungría de Orbán. La iniciativa genera adhesiones y ofrecimientos de instituciones y particulares. El piso se mueve y ahora es el momento de organizar toda esa fuerza colectiva. He aquí algunas sugerencias, agrupadas en cuatro puntos.
Primero, la acogida. Los municipios deben fijarse metas y dispositivos de acogida. ¿Es viable acoger a una persona por cada mil vecinos? Parece algo asumible si se trabaja en común. Además, generaría un vínculo difícil de romper a largo plazo y conectaría la comunidad con aquellos que han vivido en un lugar en un momento difícil de la historia.
En segundo lugar, el drama del Mediterráneo debería servir para tomar conciencia como mínimo de tres ideas. Primera, no se trata de algo esporádico. Viene para quedarse. ACNUR señala en su último informe sobre tendencias globales que la proliferación de conflictos violentos en países de la región es un fenómeno creciente. Ni las vallas ni las políticas migratorias del compás con la externalización de fronteras a terceros países, ni ningún dispositivo fronterizo ultramoderno, van a conseguir contener las mareas humanas que escapan de sus infiernos.
Segunda idea: el problema también lo generamos nosotros. Por tanto, debemos asumir sus costes y juzgar a sus responsables. Revisar la política exterior (militar, energética, comercial, diplomática). ¿Recordamos las ocupaciones de Afganistán e Irak, el bombardeo de Libia, el apoyo a regímenes opresores como los de Arabia Saudí, Catar, Israel, Egipto, Nigeria, Turquía? Su represión es fuente de legitimidad para quienes se alistan al Estado Islámico, monstruo nacido al calor de la ocupación de Irak.
Tercera idea: la actuación del Gobierno es inaceptable. España fue el año pasado el segundo receptor de ayuda para refugio y migración de la UE (para el periodo 2015-2020 están presupuestados 521 millones). ¿Debe seguir invirtiéndolos en blindar la frontera sur y no en acoger refugiados?
El tercer conjunto de actuaciones: cambiar las políticas migratorias de Schengen y Dublín. La red de ciudades refugio debe constituirse en un lobi transnacional liberador del monopolio de los estados para otorgar derechos de ciudadanía. Debe exigirse al Gobierno un plan de protección internacional de altura. Si no lo hace, lo harán los municipios. En ellos es más eficiente la gestión de los derechos humanos de proximidad. Por ello, la red debe exigir a la UE que los fondos para migración y refugio los gestionen también los ayuntamientos. El cuarto punto es el de la ayuda a las zonas conflicto, países de gran acogida, como Líbano, o poblaciones europeas de tránsito. Ayuda humanitaria junto a acciones de desarrollo pueden realizarse mejor a través de redes de oenegés y estructuras locales.
Cuando el dolor es tan profundo que mueve la tierra, es momento de reconstruir la esperanza. En ciudades y pueblos, muchos queremos ofrecer refugio a las víctimas de la guerra y la pobreza. Aún recordamos a quienes acogieron a nuestros abuelos en la guerra civil y les estamos agradecidos. Queremos que los nietos de los sirios, eritreos, senegaleses o ucranianos nos recuerden del mismo modo.
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