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JOAN GUIRADO

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Militar en un partido político es un acto de compromiso. De compromiso con unas ideas y unos valores, a veces matizables y otras veces cambiantes, que prácticamente te acompañan a lo largo de tu vida. Pero también es un acto de compromiso con la sociedad. Demuestras tu ambición para hacer un mundo mejor y te dispones a dedicar parte de tu tiempo, en muchas ocasiones sin nada a cambio. Es más, abonando unas cuotas para contribuir a esa transformación.

La afiliación a cualquier partido político es a la vez un acto libre y personal. De consciencia y comunitario. Cuando tienes el carné, los de tu alrededor te identifican con él y te utilizan de correa de transmisión bidireccional. Desde la cúpula del partido para transmitir su mensaje, a menudo con una dosis de catastrofismo o enaltacíon para sobresalir. Y los de tu entorno, para que expliques al partido qué cosas son las que no funcionan. Sin saberlo, te conviertes en una marioneta que, en la mayoría de ocasiones, no puede quedar bien ni con los unos ni con los otros.

Creo que todo el mundo debe adquirir un compromiso político a lo largo de su vida, como lo debe adquirir también con un sindicato o la patronal. Es la única forma de poder medir la dificultad de la realidad, pero con la estructura actual de los partidos políticos, la militancia pasa de ser un ejercicio de libertad e ilusión a una esclavitud controlada. En los entresijos de los viejos partidos hay personas que se dedican a controlar incluso las redes sociales de sus afiliados, no vaya a ser que alguien no siga las indicaciones. Y, de no obedecer, muerto y enterrado. Más propio de una secta, los partidos que deben ser garantes de la democracia se convierten en rehenes del poder.

Hoy, el afiliado a un partido político paga sus cuotas que luego en muchas ocasiones se reparten en sobresueldos o dietas -en b o no- los que están en la cúpula y ya. Algún correo electrónico esporádico con instrucciones de qué tuitear, alguna carta de buenas intenciones para hacerle sentir importante e imprescindible y estar dispuesto montar y desmontar tarimas y a repartir globos y caramelos cuando viene una campaña electoral. Y luego a entomar las culpas del fracaso de esas elecciones, si el resultado no ha sido el deseado. En caso contrario, como mucho, recibirá una carta de agradecimiento y si te he visto no me acuerdo.

Durante muchos años, esa forma de hacer política ha funcionado y, aunque hoy aún muchos continúan creyendo que esa formula es válida, la realidad es muy distinta. El auge de partidos como la CUP, con estructuras horizontales o los nuevos MES Demòcrates de Catalunya, que funcionan a la americana con voluntarios y sin cúpulas rígidas, marcan una nueva tendencia acorde con la evolución social. También en los partidos tradicionales hay perfiles más 'outsiders' como Santi Vila Carme-Laura Gil en CDC, José Antonio Monago en el PP Jordi Cañas en Ciudadanos que, desde la lealtad, actúan, piensan y hablan en la esfera pública como lo hacen en la privada. Es decir, que no dejan de ser humanos para convertirse en políticos.