Céntimos
Josep-Maria Ureta
Periodista
JOSEP-MARIA URETA
Si hay algo que equipara a los bancos, las empresas de tragaperras y algunas iglesias de ceremonia dominical es que viven de las monedas que los clientes, los apostantes o los feligreses depositan en sus cajeros, máquinas de apostar o bandejas petitorias. ¿Por qué molesta la comparación a los banqueros? Porque no da prestigio frente a los competidores. Pero esa es la realidad desde hace siglos y se reproduce en la era digital.
Reaparece la cuestión, sin apenas novedad, ante el hecho de que los bancos supervivientes españoles, solo cinco y a punto de ser menos y más integrados, empiezan a cobrar a sus clientes, ¡por serlo! ¿Pagaría usted por entrar a super de siempre si al lado hay otro igual con los mismos productos y de las mismas marcas? Lo raro y determinante es que la respuesta es que sí. La razón, que el ahorro y su gestión sigue cubierto de un halo de misterio, miedo y confianza que lleva a sus titulares a aceptar que quien se lo guarda -solo eso, protegerlo, nada de invertirlo para compartir el riesgo- va a cobrar por eso. La nueva explicación es que prestan un servicio, han gastado mucho en tecnología de cajeros y han de cobrar ese servicio. No es cierto. La cuestión es que con tipos de interés al 0% y muchos fallidos por recuperar, que pague el cliente.
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