Al contrataque

Cuotas de solidaridad

Sílvia Cóppulo

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Alain llegó a España a nado. Nació en el Congo y trabajaba como maestro. No era una persona pobre: huía de la desesperanza. «El coltán -que sirve para fabricar teléfonos móviles-, el petróleo, el oro y los diamantes no nos dieron riqueza; nos trajeron una dictadura. Más de seis millones de persones habían muerto desde 1998. Tenía que irme. La esperanza es Europa». Con voz reposada me lo cuenta en la radio como si del protagonista de una película se tratara. «Del Congo caminé hasta Angola, y después a Senegal, y más adelante llegué a Marruecos. Vivía escondido en las montañas. Intenté saltar la verja tres veces, y tres veces la Guardia Civil nos hizo volver. Finalmente, entramos en el agua y llegamos a la playa del Tarajal, en Ceuta. Tenía mucho miedo, pero lo conseguí. Llegué a España nadando». Como Alain Diabanza, miles de personas huyen de la guerra. Son refugiados que piden asilo a Europa.

Fórmula matemática

El derecho de asilo ya se reconocía en el antiguo Egipto, en Grecia y en Roma; y desde hace más de medio siglo se ha protocolizado por parte de las Naciones Unidas. Pero cada vez más a menudo en la primera página de este periódico se titula en letras grandes que centenares de personas han naufragado en el mar. Viajaban hacinadas en una barca.

Ahora la Comisión Europea propone que cada Estado miembro se quede con unos cuantos refugiados. Y dice que lo va a contar en función de unas cuantas variables, como si fuera una fórmula matemática. A saber: el paro del país, el PIB, la población global y la cantidad de refugiados que ya residen en el país. Como nadie los quiere, se aplicarán cuotas de solidaridad. «A ti te tocan tantos». «No, que yo tengo mucha gente en el paro y los subsidios son caros». «Eh, que tú eres rico, con un PIB muy alto». «Nosotros somos productivos. A ver si espabiláis de una vez». «No estoy de acuerdo: ¡eso hará que lleguen muchos más!».

La solidaridad en cuotas genera tensiones. Parece que la propuesta es positiva para que los estados dejen de hacerse el loco y asuman una política común europea de asilo. Y que es mucho peor no hacer nada mientras se dice y se repite que alguna cosa hay que hacer. Llámenme ingenua, pero hay algo en eso que me provoca vómito. Cuando la solidaridad se calcula en función de las cuotas, las personas han desaparecido de nuestra conciencia o no valen nada. La semana pasada celebramos el Día de Europa, de aquella Unión que asegura que preserva los derechos humanos y unos valores morales tan buenos que deberían ser los hegemónicos en el mundo. Es una verdad en cuotas.