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¿Qué nos pasa con Woody?
Ramón de España
Periodista
RAMÓN DE ESPAÑA
La constante admiración servil de Woody Allen por parte de los barceloneses empieza a ser preocupante. A nadie parece importarle que no facture una película decente desde hace años -por lo menos, desde Desmontando a Harry-, que nos insultara con la espantosa Vicky Cristina Barcelona y que cada dos por tres actúe por aquí con su insufrible banda de tiruriru-tirurá, que es un coñazo Dixie.
Para colmo, hemos cometido con él el mismo error de interpretación que los pijos de la zona alta perpetraron con Snoopy, al que convirtieron en un icono ternurista cuando su gracia estaba en ser un bicho rastrero, envidioso, ruin, insatisfecho y metafísico. Hemos convertido a Woody Allen en una especie de mascota de la ciudad, en uno de esos artistas al que le suponemos una relación especial con Barcelona, tratamiento que también aplicamos a personajes como Lou Reed, Bruce Springsteen o Paul Auster. Woody Allen fue un escritor y cineasta formidable, un magnífico renovador de la comedia cinematográfica norteamericana, pero hace años que no da una. Yo prefiero recordarle como alguien que me alegró la juventud con su ingenio y su mordaz visión de las relaciones sentimentales y que no tiene nada que ver con esa especie de viejito adorable que toca el clarinete en sus ratos libres y que, prácticamente, forma parte de la familia.
Parece que ahora le vamos a dedicar un museo. Lo pone en marcha Jaume Roures, jefazo de Mediapro, y no sé con qué vamos a llenar sus tres plantas. La obra de un cineasta son sus películas, que no necesitan ningún museo. No niego que la colección de gafas de Woody Allen o sus pantuflas de los últimos 30 años puedan tener su interés para los mitómanos, pero no sé si sirven como piezas museísticas. Como las exposiciones consagradas a escritores y cineastas -que nunca reflejan fielmente al artista porque éste ya lo ha dado todo en sus libros o películas-, un museo de estas características solo puede ser, en el mejor de los casos, un decorado sugerente, una evocación innecesaria y un acto de pleitesía rayano en la sobreactuación. Ya solo falta que el alcalde nombre a Woody Allen Abuelo Adoptivo de la ciudad.
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