Al contrataque
Nuestro futuro
La inmortalidad no reside en eternizar y entronizar la juventud, sino en dar al anciano su lugar y no solo una muleta para andar
Sandra Barneda
Periodista y escritora
SANDRA BARNEDA
A ellos, a los que nos avanzan en edad, en el camino de la vida: a nuestros mayores van estas líneas. Esta semana han fallecido las dos personas más longevas del mundo. La campesina peruana Filomena Taipe murió el lunes a los 117 años y, en menos de 24 horas, su sucesora, la estadounidense Gertrude Waver, a los 116. ¿Acaso estas centenarias son una excepción? Es cierto que todavía nadie ha dado con la fórmula de la inmortalidad, pero ganamos en vida y la sociedad debe prepararse.
De nada sirve, ni por concepto, ni por respeto, considerar a nuestros sapientes como meros silentes, objetos para el desuso. La esperanza de vida en los países desarrollados aumenta tres meses cada año, o lo que es lo mismo, dos años y medio cada década. Echando cuentas, y si seguimos en esta escala de progreso, los expertos calculan que la mayor parte de los niños que nazcan en el 2015 tienen muchas posibilidades de cumplir los 100 años de vida. Ese es el futuro y aunque los jóvenes sean los constructores, los mayores son los que sostienen y abren la puerta a una revolución social no solo en servicios y ocio múltiple para ellos, sino también en un cambio de concepto.
Lo que digo se parece más a una bella ficción de Disney que a la cruda realidad que se resiste al cambio y desecha a los suyos. En España, según el Instituto Nacional de Estadística, hay casi dos millones de ancianos que viven en soledad, siendo ese uno de los principales problemas. Difícil determinar cuántos de ellos se sienten abandonados, solos y con la tristeza a cuestas por ser tratados como una carga económica. Otros cientos de miles sostienen a la familia con sus pensiones como único ingreso del núcleo o aporte imprescindible para subsistir.
El precio del cobijo
En España hay cerca de 5.500 residencias para ellos, el 70% privadas en donde las pensiones apenas llegan para una semana de cobijo. La ley de Dependencia ha sido una de las más maltratadas y el sistema de sanidad pública comienza a tambalearse. Si seguimos en las cifras, y debido a la baja natalidad española, en el 2040 se prevé un jubilado por cada dos trabajadores. ¿No deben pues los mayores comenzar a ser una prioridad? ¿No deben potenciarse las ayudas también para los nacimientos? Si la prevención es la mejor cura, vamos con mal pie y cierto retraso para nuestra sociedad que, aunque poblada de personas con una esperanza de vida mayor, está enferma porque ni acoge como debiera a los neonatos ni mantiene con la calidad óptima a los ancianos.
Deseamos vivir más años, pero ¿acaso nos ocupamos de los demás? La inmortalidad no reside en eternizar y entronizar la juventud, sino en dar al anciano su lugar y no solo una muleta para andar o ser la muleta que sostiene al resto.
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