Grecia no es el malo de la película
Jordi Alberich
Economista
JORDI ALBERICH
A tenor de lo que mayormente se explica de la crisis de deuda griega y de la posición de Alemania, uno de sus principales acreedores, se puede fácilmente deducir que Grecia es una sociedad patológica mientras que, por el contrario, la nación alemana es el ejemplo que, para ir bien, todos deberíamos imitar.
Sin duda, los registros económicos de Alemania son excelentes, sus niveles de deuda, déficit, o paro son muestra de un país solvente y desarrollado. Además, fue en esos territorios donde nació, y se desarrolló, el concepto de estado del bienestar.
Es decir, su capacidad de generar, y repartir, riqueza les viene de muy lejos. Por tanto, ahora que todos andamos debatiendo cuál debe ser nuestro modelo económico de futuro se trataría, tan solo, de procurar imitar en todo a los germanos.
Por el contrario, Grecia es el ejemplo de lo que no debemos ser en ningún caso. Particularmente, creo que la realidad no es tan simple. Por una parte, los orígenes del desastre griego son diversos, y situar la responsabilidad solo del lado heleno me parece injusto y contraproducente. Sin ir más lejos, es bueno recordar que esa Unión Europea (UE) hoy tan exigente, se olvidó durante más de 30 años de exigir que Grecia dispusiera de algo tan fundamental como un catastro. O, en el ámbito privado, es enorme la irresponsabilidad de bancos alemanes y franceses que no evaluaron los riesgos de sus inversiones en Grecia, llevados por la rentabilidad fácil e inmediata.
Por otra parte, y eso es lo relevante, hay otra realidad alemana. Según datos recientes, más del 15% de la población del país vive en lo que ellos consideran situación de pobreza, y son más de siete millones las personas que trabajan en los denominados 'minijobs', es decir, un total de cuatro horas de trabajo al día y poco más de 400 euros al mes.
Se argumentaba, en su momento, que los 'minijobs' eran un instrumento que permitía acceder al mercado laboral para, posteriormente, convertirse en un trampolín para que el trabajador pudiera acceder más tarde a posiciones de un mayor valor añadido. Pero sucede lo contrario, esos millones de personas se sumergen cada vez más en la marginalidad.
No obstane, y es lo más preocupante, esta deriva a la que nos conduce una cierta concepción del capitalismo, alimentada por la globalización y la tecnología, no está en la agenda pública. La política se manifiesta incapaz de conducir esos nuevos escenarios. La batalla, a la que también se entregan nuestras élites políticas y económicas, es conseguir que el rigor alemán, el bueno, venza a la displicencia griega, que es el malo. Me temo que lo que subyace a todo ello es mucho más peligroso. El verdadero malo de la película es esa manera de hacer que fractura y rompe nuestras sociedades, también la alemana.
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