Los jueves, economía
Empleo: no podemos bajar la guardia
Pese a la mejora de las cifras de paro, su elevado índice es una muestra de nuestro fracaso como sociedad
Antonio Argandoña
Profesor del IESE.
ANTONIO ARGANDOÑA
Lo más positivo de la recuperación de la economía española está siendo el comportamiento del empleo, que en el cuarto trimestre del 2014 creció a una tasa anual del 2,5% y un 1,2% en el conjunto del año. Es una consecuencia de la recuperación de la demanda y del PIB, pero sobre todo de la reforma laboral del 2012. Algunos la atacan como una agresión a los derechos de los trabajadores, pero me parece que equivocan el tiro: la reforma se hizo para dar oportunidades a los parados y a los recién llegados al mercado de trabajo, para que puedan encontrar un empleo. No estamos ante una batalla de empresarios contra trabajadores, sino de empleados contra parados.
Pero no hay que bajar la guardia, porque la situación no es todavía satisfactoria. El paro sigue siendo demasiado alto, casi cinco millones y medio de españoles y cerca del 24% de la población activa, más del doble de la de nuestros socios europeos. A veces se argumenta que hay muchos parados que trabajan en la economía sumergida. Puede ser verdad, pero entonces ¿cómo es que tenemos también el doble de parados que Eslovenia, Hungría, Italia o Portugal, que tienen niveles de economía sumergida mayores que el nuestro? No nos engañemos: no es un problema de mediciones, sino de realidades.
Es un paro de larga duración; casi un 8% de los parados llevan más de dos años sin empleo, o sea, sin aprender cosas nuevas, sin desarrollar sus capacidades, viviendo de ayudas públicas o privadas, con un futuro nada atractivo, desmoralizados… Y afecta principalmente a los menos cualificados, lo que complica la solución del problema, porque se trata de personas de baja productividad, que difícilmente podrán recibir salarios altos; si, además, intercalan periodos de trabajo precario con otros de paro repetido, su futuro no será muy halagüeño. Porque -y este es otro componente importante de nuestro mercado de trabajo- la contratación se canaliza en gran medida a través de contratos temporales.
Es un paro que afecta desproporcionadamente a los jóvenes: la tasa más alta de la Unión Europea en proporción a la población de entre 16 y 24 años, con lo que esto supone de pérdida de expectativas, de posibilidades de independizarse y crear una familia. Me parece que muchos jóvenes pueden decirnos que les hemos fallado, aunque también es verdad que ellos tienen una parte de culpa, a la vista de las tasas de fracaso escolar y de sus insuficientes resultados académicos.
Las tasas de paro difieren considerablemente entre autonomías: no hay un mercado de trabajo nacional, sino muchos mercados desconectados; no hay movilidad de una zona a otra, con lo que supone de consolidación de situaciones y de desarrollo de una cultura de dependencia del subsidio, cultura que va a ser muy difícil erradicar. Porque lo más grave del desempleo de larga duración es, me parece, que hay más de cinco millones de personas, casi 1,8 millones de hogares, que han tenido que renunciar al control de una parte importante de su vida, a sentirse responsables de su propio futuro y el de los suyos. Y esto es un cáncer para la sociedad.
Vaya, me dice el lector: ¿quieres echarnos a perder el optimismo que empezábamos a tener a la vista de la recuperación económica? No: simplemente, estoy haciendo una llamada al realismo. Si esperamos colocar, digamos, a cuatro millones de nuestros parados, con tasas de crecimiento del PIB del 2,5% anual, va para largo. Si queremos reducir el paro de los no cualificados y ofrecerles salarios más dignos, hemos de reconvertirlos, pasando por encima de las limitaciones presupuestarias, de la falta de incentivos de las empresas y de la insuficiencia del sistema educativo. Si queremos ofrecer alternativas viables a nuestros jóvenes, debemos ser capaces de proporcionarles contratos a largo plazo, con costes de despido que todavía son altos. ¿Podemos hacerlos obligatorios? Sería una buena manera de desanimar decididamente a las empresas que quieran contratar a jóvenes.
La moraleja que saco de todo lo anterior es que el elevado paro que tenemos es una muestra de nuestro fracaso como sociedad, que no es capaz de ofrecer a muchos de sus ciudadanos algo tan básico como el derecho a trabajar por un salario decente. La responsabilidad, pues, es de todos. De los gobiernos, que tienen que tomar el toro por los cuernos y ofrecer programas realistas pero eficaces. De las empresas, que son las que saben crear empleos, para que pongan manos a la obra. De los sindicatos, que han roto ya el silencio en que se encerraron durante la crisis, para pedir aumentos salariales aprovechando la mejora de la coyuntura, cuando el problema no es un crecimiento de las remuneraciones del 1,5% sino la creación de varios millones de empleos nuevos. De las escuelas y universidades, de las familias, de los empleados y parados… De todos.
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