Dos miradas

Uma y la nada

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Cuando era adolescente y empezaba a tener pensamientos pecaminosos me confesaba con un cura que, ante la efervescencia juvenil, me hacía saber una verdad que, según él, era incontestable: «Todas estas chicas que ves en las revistas», me decía, «no son de verdad, no existen en la calle. Son fruto del maquillaje y de las mentiras que te hacen creer lo que no es». Yo, pobre de mí, me lo creía, recibía la absolución y, al cabo de unos días, volvía a las revistas.

Aunque fueran ficción, tenían unos gramos de verdad que satisfacían mis impulsos. Entonces, aún no habían nacido ni el Photoshop ni el bótox ni Uma ThurmanLos dos primeros habrían dado la razón a mosén Martirià. Uma Thurman, no. Porque Uma era el ejemplo que yo buscaba y que no supe utilizar porque, entre otras cosas, todavía no existía. La belleza es real justamente porque no es sinónimo de perfección. Se equivoca quien quiere acercarse a la máxima belleza (una pretensión ilusa) a través de la exigencia de un formato que tiende a la ausencia del error. Cerca de bien, dejémoslo correr, dice la sabiduría popular.

La posibilidad de cometer el crimen es directamente proporcional a la intensidad con que se persigue el logro de un canon que tiende al equilibrio y la unicidad y no al caos gozoso de la diferencia, al alejamiento del catálogo. Amábamos a Uma porque no era como las demás. Y lloramos por ella, y por nosotros, porque ahora se parece a la nada.