La clave
Integrismo(s)
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÁNDEZ
Tras las exequias por las víctimas del 'Charlie Hebdo' y los golpes de pecho en defensa de la libertad de prensa, emerge al fin el debate de fondo: ¿obró correctamente el semanario al caricaturizar a Mahoma con tanta agresividad y contumacia? De igual modo que la libertad de expresión halla sus límites en la veracidad y el respeto a la intimidad, ¿debe estar sujeta la sátira a alguna restricción similar?
El papa Francisco, cuya Iglesia ha recibido no pocos dardos de los viñetistas asesinados en París, ha vuelto a romper los cánones de la corrección política: «No se puede provocar. No se puede insultar la fe de los demás (…) Si un amigo dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo». Salvo al anticlericalismo ahora tan fascinado con el campechano Santo Padre, a nadie debieran sorprender sus reparos ante la blasfemia. Con el dogma hemos topado.
Más puede desazonar que Henri Roussel, fundador del 'Charlie Hebdo', haya reprochado a Charb, el fallecido director del semanario, que «exagerase» con las caricaturas del profeta, corriendo «riesgos innecesarios» y «arrastrando» tras de sí a todo su equipo. Si la función de la sátira es explorar y ensanchar las fronteras de la libertad de expresión, ¿en qué punto se le debe dar el alto?
Liberalismo y fanatismo
Da cuenta de ello Najat el Hachmi de regreso al islam catalán de su adolescencia, que hoy narra en 'Más Periódico'. De su mano descubrimos que muchos musulmanes, pacíficamente integrados en Vic, condenan el terrorismo islamista, pero también las viñetas sobre Mahoma.
Estos tres episodios confirman que, conmocionados por la matanza de París, hemos reducido el debate a una falaz pugna entre el liberalismo occidental y el fanatismo oriental. ¿Acaso son menos demócratas quienes, vivan donde vivan y profesen la fe que profesen, censuran la mofa sobre algo para ellos tan sagrado como sus creencias?
El fundamentalismo es la exigencia intransigente de sometimiento a nuestra doctrina, sea moral o ideológica. Oponer al integrismo religioso otro de orden laico solo beneficia a quienes zanjan todas las querellas no con la fuerza de la razón, sino con la violencia.
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