Pequeño observatorio
Hablar y callar cuando toca
El derecho a la abstención no se ejerce sin perder el de poder protestar por el resultado
Josep Maria Espinàs
Periodista y escritor
JOSEP MARIA ESPINÀS
Ante cualquier propuesta -política, profesional o familiar- puede haber partidarios, contrarios e indiferentes. La indiferencia es una actitud perfectamente respetable si no se tiene en frente una desgracia humana. Si me regalan una pipa, por ejemplo, me da igual que tenga una forma recta o curvada.
Así como existe un derecho al apasionamiento, hay un derecho a la indiferencia, y en algunos casos yo lo reclamo ante alguien que suele insistir tercamente. Que no me decida a elegir no suele ser muy bien visto. El me da igual, o incluso me gustan los dos, más bien irrita. Parece ser que si te ofrecen una alternativa tienes la obligación de dictar sentencia.
En el ámbito de la política, hay propuestas diversas y una parte de los posibles votantes se abstendrá. Este derecho a la abstención, sin embargo, no se ejerce -al menos pienso que no se podría ejercer- sin perder el derecho a protestar de un resultado que no gusta. El problema de un abstencionista en cualquier votación -familiar, vecinal, nacional- es que fácilmente es víctima de una o variadas interpretaciones interesadas. Este es el riesgo de no decir nada cuando te ofrecen la posibilidad de hablar.
El derecho a la indiferencia va ligado a un deber: el de no quejarse del resultado de una convocatoria a la que no se ha querido responder. Si la mujer le pregunta al marido qué prefiere para cenar, y la respuesta es «tú misma», es absurdo quejarse después si el plato que le presentan no le gusta. La abstención invalida cualquier protesta por un resultado.
El entusiasmo suele ser más creativo que la indiferencia. Y me permito reproducir una frase que parece bíblica: «Hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar». Y si cuando llega la hora de hablar alguien renuncia, no parece muy ético que aquel que ha elegido la abstención a la hora de opinar ataque críticamente los que han usado el derecho de la palabra. Sin ejercer el derecho a la palabra existe el riesgo de que se imponga una triste y estéril pasividad. Y una agresiva polémica a destiempo.
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