Peccata minuta
Regreso a Villa Palmieri
Nuestras vidas, por ricas que sean, lo serían mucho menos sin la mentira de las ficciones
Si algún gran tema preside la obra de Mario Vargas Llosa, de quien me honra su amistad, es la firme convicción de que nuestras vidas, por ricas que sean, lo serían mucho menos sin la mentira de las ficciones: no habríamos dado la vuelta al mundo con Tintín, no habríamos cantado La Marsellesa en el Café de Rick ni hubiésemos cabalgado La Mancha a lomos de la locura del Quijote. Gracias al azar, estas últimas semanas he podido alejarme de la extrema miseria que expelen los medios de comunicación refugiándome en las sagradas y humanísimas páginas de El somni d'una nit d'estiu. En la ficción de Shakespeare, los enamorados de la muy democrática Atenas deciden abandonar «la ciutat que ens distreu de l'amor», como diría Salvat-Papasseit, para adentrarse en la magia negra del bosque de irás y volverás. Después de vivir en él todas las pesadillas del querer, regresan transfigurados y en paz a la ciudad. Teseo, el gobernante, no da crédito a sus extrañas explicaciones, ya que, según él, la imaginación es cosa de enamorados, locos y poetas, contraria a la razón, y en consecuencia, enemiga del Estado. No obstante, Teseo, para apaciguarlos, debe premiar a sus poetas. Gracias, maestro Savall, maestra Colita. También el azar, últimamente muy generoso, me ha ofrecido un segundo presente: largarme un par de meses a Madrid para los ensayos de Los cuentos de la peste, libre recreación escénica de Vargas Llosa sobre El Decamerón de Giovanni Boccaccio.
La peste y la realidad
El argumento es conocido: unos jóvenes se retiran a Villa Palmieri, finca de las afueras de Florencia (¿el bosque de Atenas?), afectada por la peste en 1348, para huir de ella contándose cuentos humorísticos e irreverentes sobre los goces de la vida en peligro. ¿Cómo podrá afectarles la peste si no habitan la realidad? De los laberintos se escapa por arriba.
Nuestro aún flamante premio Nobel no ha querido resignarse a ver los toros desde el tendido y, con el texto sabido, bajará a la arena del Teatro Español a encarnar al duque Ugolino, enamorado de la condesa de la Santa Croce, interpretadao por Aitana Sánchez Gijón. Dos meses de ensayo dan para mucho, y es posible que en algunas de las pausas para el café y el pitillo afloren temas de actualidad, y al liberal, a la roja y al catalán (así como a Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente, que nos acompañarán en el viaje) nos dé por opinar e incluso disentir. La sangre no llegará al río porque la incontestable voz del regidor clamará: «¡Sigue el ensayo. Todos a escena!». Y guiados por las palabras de Giovanni y Mario regresaremos, de nuevo inmunes a toda peste, con Petrarca y Dante, a nuestra querida Villa Palmieri, para seguir contándonos maravillosos cuentos.
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