La rueda

El planeta de los melancólicos

El presente es una buena excusa para cambiarlo todo

LLUCIA RAMIS

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El melancólico nunca está donde se encuentra físicamente. Suspira por un pasado que ya pasó y teme que el futuro sea una versión triste de su insatisfactorio presente. Pone excusas para no disfrutar. Todo le parece una mierda: el trabajo si lo tiene, y si no, el paro; la dificultad de llevar una relación estable o la convivencia. No le faltan motivos para quejarse. Sus políticos le roban y le riñen cuando pide explicaciones. Comprueba en las redes sociales que sus conocidos se divierten.

Los abuelos del melancólico vivieron una guerra, y si la perdieron les trataron institucionalmente como perdedores. Si les obligaron a posicionarse al otro lado, callan por vergüenza. Nunca se quejan. El melancólico no sabe qué es sufrir, porque sus padres lo protegieron. Y sin embargo, tiende a culpar a esos padres de su infelicidad.

Ha vivido frente a las pantallas. La de la tele desde pequeño, la del ordenador. La videoconsola. El teléfono. La tableta. Aprendió el sexo viéndolo, su naturaleza es onanista. La palabra contacto, para él, no tiene connotaciones físicas. Es raro que su cuerpo toque otro cuerpo. Contacto, como mucho, significa amigo en Facebook.

Cuando sale a la calle, no mira a nadie, solo su smartphone. Comparte las opiniones de otros para demostrarles que es uno de ellos. El GPS le indica adónde ir. No se plantea que gracias a esta tecnología una sonda ha aterrizado en un cometa que se desplaza a 120.000 kilómetros por hora respecto al Sol, y se encuentra a 510 millones de kilómetros de la Tierra, para descubrir el origen de este planeta de los simios melancólicos en el que habita. ¿Qué es más milagroso? ¿Que el universo exista o que el humano lo desentrañe? Tras años de letargo, puede que por fin el melancólico entienda que el presente es una buena excusa para cambiarlo todo.