El debate de la vida familiar y profesional

Conciliación congelada

Hay que repensar el modelo con un cambio sociocultural y corresponsabilidad de hombres y mujeres

ANNA BERGA

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Atraer y retener el talento femenino. Este es el argumento que han esgrimido las grandes empresas tecnológicas, Facebook y Apple, para defender la nueva medida de incentivos a su personal consistente en financiar la congelación de óvulos a sus trabajadoras. La medida ha generado mucha controversia, y ha reabierto el debate sobre las posibilidades y límites de la conciliación, y hasta qué punto acciones como esta fomentan la libertad femenina o, en cambio, se convierten en otra presión para las mujeres al servicio de los intereses empresariales.

La polémica, pues, está servida, pero para entenderla conviene una mirada contextualizada en el entorno en el que se produce. Por un lado, no hay que olvidar que la medida surge de unas empresas que han sido también líderes en cuanto a las políticas de ayudas a sus empleados, con guarderías en la empresa, ayudas económicas por el nacimiento de una criatura, cobertura de las bajas de maternidad, o bien ayudas para la adopción... Por otro, se produce en un sector en el que la segregación horizontal y vertical de las mujeres es especialmente paradigmática: las mujeres en el mundo tecnológico son una clara minoría y, todavía más, como directivas o bien ocupando cargos de responsabilidad. Una realidad que observamos en muchos otros ámbitos, como el universitario.

De hecho, aún hoy las universitarias continúan desigualmente representadas en función de los ámbitos de estudio (el educativo, sanitario y social están claramente feminizados, mientras siguen siendo minoría en las ingenierías o la tecnología). Además, aunque la mayoría del estudiantado universitario sea femenino, y aunque las chicas sean las que mayoritariamente obtengan mejores expedientes académicos, las cifras indican que a medida que subimos en la jerarquía académica se van perdiendo por el camino: solo alrededor de un 20% de catedráticos son mujeres.

El mensaje subyacente en la nueva medida impulsada por los gigantes tecnológicos parece partir de una clara diagnosis: tener una criatura es incompatible con una carrera profesional exitosa y, por tanto, la empresa pone a disposición la opción de retrasar la concepción por preservar la progresión de su personal. Solo el femenino, eso sí. Es decir, en el caso de los hombres, ser padres no se percibe como un impedimento para hacer carrera. Y la pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿por qué tiene que ser así?

Afortunadamente, en las sociedades occidentales se ha conquistado desde hace tiempo la igualdad formal que supone afirmar legalmente y a nivel normativo el principio de igualdad de derechos entre hombres y mujeres. En cambio, conquistada la igualdad formal, nos damos cuenta de que persisten todavía enormes dificultades para lograr una igualdad de oportunidades real, dadas las desigualdades en las condiciones y posiciones masculinas y femeninas en nuestra sociedad. Hablamos de desigualdades de género, de carácter estructural y simbólico, que están presentes en diferentes ámbitos y contextos.

El techo de cristal femenino

La carrera profesional o académica de la mujer choca con el momento de la trayectoria vital coincidente con la edad de la maternidad. El techo de cristal que impide a las mujeres ascender a la jerarquía empresarial y académica toma la forma de barreras, a menudo invisibles, que hacen muy difícil hacer compatible el éxito laboral con el ejercicio de la maternidad. El coste social es una maternidad cada vez más postergada, un descenso en las tasas de natalidad y, al mismo tiempo, el malestar social ante las consecuencias personales y colectivas de una dificultad para la crianza de las criaturas, y también el cuidado de las personas dependientes en los hogares.

Hace mucho tiempo que se habla de la importancia de la conciliación personal, familiar y laboral. Pero también es cierto que, a menudo, detrás de las políticas de conciliación se esconde una premisa que se da por supuesta: quien debe conciliar es la mujer. Retrasar la maternidad, posponer indefinidamente o renunciar, no puede ser entendido como una medida de conciliación sino, más bien, la constatación de la imposibilidad de llevarla a la práctica.

Hay que repensar, pues, el modelo. La verdadera conciliación va mucho más allá de medidas que hagan posible solo para la mujer compatibilizar la vida profesional y familiar. Implica un cambio en la escala de valores, un cambio sociocultural que revalorice el mundo de la vida y el cuidado de los otros, en equilibrio con la vida profesional para hombres y mujeres. Solo desde políticas que fomenten la corresponsabilidad desde una perspectiva de género avanzaremos hacia una sociedad más igualitaria y un mayor bienestar colectivo.